Imagen cogida de la red
DESAPEGOS
Transcurre
el tiempo mientras los atrios decrecen en delirios.
Los
mercados, las sastrerías: ahora se cultiva el ocio con cierta hidalguía.
Ya nadie
excava en los túneles de la congoja, a no ser por la muerte,
y la carcoma
del País, o por lo ricos frutos que se obtienen de la usura.
Me da igual
soplar el fuego o la oscuridad. (Hoy lo
entiendo: ninguna herida
es tan concluyente. A veces sólo es cuestión de
imposturas.)
Después de
conjurar contra la proximidad de la sordera y la ciénaga
del exabrupto,
vienen los trapos del desapego y los zapatos limpios del traspiés.
El afán ha
sido, ir arrancándole el hollín a los precipicios y al presente.
Ya me he
alejado lo suficiente de lo salobre.
En las
calles empedradas de velorios, bajan ataúdes de lenta ceguera.
(Todo esto lo reclino en el olvido.)
Cada vez me
son indiferentes los desencantos, los peces desolados del espejo,
aquel tiempo
donde le quitamos las rodillas dobladas al miedo:
hoy veo más
imperfecto el drama de los minutos y pleno el olor de las ingles.
En los
últimos días del desvarío se vive en la opulencia de palpitaciones.
Cada quien,
entonces, fortalece o empequeñece sus propios símbolos.
(A menudo lo infrecuente resulta inútil en la
boca.)
⎼⎼Uno debe
continuar, sin embargo, con esta vocecilla del desapego
por largo
rato, hasta desechar todo lo abominable.
(Vos también lo sabés porque has llevado en tu cuello
ese crucifijo afilado
de agonías. Claro que todavía me enrosco en el
recuerdo que tengo de tu cuerpo.)
Barataria,
31.IX.2016
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