martes, 13 de diciembre de 2016

EDADES DEL POEMA (MONÓLOGO)

André Cruchaga





EDADES DEL POEMA (MONÓLOGO)




Al lado de la roca fría hay un pelo de pestaña.
Un pedazo de carne desgarrada señalando el mal tiempo.
Hay seis pechos extraviados dentro un agua cuadrada.
Un burro podrido zumbante de pequeñas minuteras representando el
[principio de la primavera.
Hay un ombligo puesto en un sitio con su pequeñísima dentadura
[blanca de espina de pez.
Un cangrejo seco sobre un corcho indicando la crecida del mar.
Hay un desnudo color de luna y lleva su nariz.
Salvador Dalí




Hablamos de un destino, de esa rauda claridad de las aguas del poema. Hablamos de la pulsación que suscitan las palabras, hablamos de soportar el confín de un poema, el desamparo profundo de las ojeras, a veces hasta las frías insolencias del parpadeo. Hablamos del éxtasis del tejar y de nuestros miedos, a menudo nunca desahuciados. Hablamos de esas edades del poema. Nos consagramos al imaginario individual de los caminos, a la lágrima apretada en los dedos. Allí lamemos el petate del país y le echamos talco, por si acaso, en los encajes y las axilas. Un poema supongo que es eso. Al menos mis sueños pasan por ese mapa. Le escribo a mi país por todo lo que me niega, por las puertas cerradas, por su gozo de mamífero. Así acaricio su yugular, y su corazón prolijo de vacíos. “No es la sacralidad del rostro de las palabras la que me conmueve, / ni los faroles remendados de las estrellas después de medianoche,/ ni los martillos de saliva que surgen de la actividad de la boca,/ si sé que tras las sombras, nos queda una sensación de pegajosa ceniza./ El fuego es el interior de las palabras./ El fuego allí no se extingue, queda  el sonido del rescoldo, o el camino/  que nos aguarda con todos los atributos de una heredad.” Amo a este país indiscernible y a sus poderes magnos, porque sé que un día fenecerán como los gondoleos circenses. Escribo a ese animalito del despojo y al atajo y a mis harapos, al páramo y a los pies en el barro. Hay honduras maquilladas, lo sé. Pero aquí, solo existe espacio para el movimiento, para darle vida al poema desde esas profundidades poco visibles por el empobrecimiento y la mezquindad. Ahora puedo platicar conmigo desde el hombre que soy, desde el poeta que soy, más allá de las fronteras del tiempo. Mi único poder es este limitado universo de las palabras. No necesito de otros mundos comprometidos o sesgados. Uno se enraíza con ella hasta andar descalzo. Yo no quiero ser estatua de barro, sino un sueño adentro de mis zapatos. Ahora puedo erguirme. Puedo, entonces, saltar las alambradas, rodar de piedra en piedra, derribar mis cansancios, juntar el fuego hasta la muerte. Hay un silencio sepulcral en mi aliento, incurable, petrificado. La realidad siempre me parece que tienen la dureza de las lápidas. Al ojo llegan las fogatas de neblina y el polvillo confuso de los horcones de este espanto de la contemporaneidad. Dejé a un lado cualquier insania por lo entrañable de la palabra, por el ademán amable del poema. Dejo que se extingan los cadáveres, porque en el fondo, hay todavía en algún sitio, una astilla de luz, una mirada afable, una risa piadosa.  Todas mis tristezas acaban en ese sentido de libertad que se consagra en el poema. No busco insignias. Detesto todo lo abyecto. Pulsa mi embriaguez al punto de las alucinaciones que no de complacencias. Vivo mi designio personal en lo desconocido. Me nutro de la memoria y de toda la sal del despojo y de todas las bocas que me abandonaron u olvidaron mi nombre. Lo demás ignoro si tiene alguna importancia. Sin nada más, me aferro a las distancias y me olvido del teatro, como es menester que sea. Me olvido de las paredes, pero no de los ecos desenrollados de la cópula, no de la con unión espiritual con el poema. Esta sombra que cargo es ebria y abisal.

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