Imagen cogida de la red
DESVARÍO
Allí, en el pétalo sin rama, los
matices profundos de la orfandad.
Cada quien clama o derrumba sus
tristezas, sus goteos secos de furia.
Las suplantaciones, a menudo, cuentan
con cielos rutilantes y dientes de feroz saliva.
En los alrededores de los
brazos, nunca faltan las lágrimas,
ni el vocerío tormentoso de los
escapes.
Hay cuchillos ensangrentados de ríos
por todas partes. Y truenos como fronteras mordidas de desesperación y peces
salpicados de hedor y abandonos sometidos
a la boca y estigmas de ciertos
ahorcamientos,
como desnudos hierros encontrados en la
memoria, en el hocico del cosquilleo,
o en el envoltorio amortajado de los
ojos.
(Después de todo me entretengo con la locomoción de ciertos
insectos. También
con los lazarillos aventajados y antediluvianos. Total, algo
acaba
por salpicarlo a uno, los mendrugos arrancados a la boca, los
pellizcos alrededor
de las costillas, la tortuosidad solitaria de las telarañas.
Encima de los parpadeos, los brazos que nunca empollan, la
prédica
de la ponzoña y el brillo de los tiliches en medio de las
aguas sucias.)
Es tal el desvarío que lo único
conquistable es el azar: quedan los recuerdos,
claro, y su olorcillo a albahaca
y a clavo de olor y a bragas.
Zumban por doquier las entrañas y esas
caras alargadas del césped.
—En la distancia los chuchos despotrican contra los
transeúntes.
Muerden el horizonte sin mediar palabra,
luego me toca masticar pedacitos
de palabras y guardar silencio mientras
restriego mis torpezas…
Barataria, 2016
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