jueves, 15 de diciembre de 2016

ASOMBROS SUFICIENTES

Imagen cogida de la red





ASOMBROS SUFICIENTES




En torno al viaje de todos los días, las tumbas frías de las reverberaciones.
Por ahí, además de disfraces, se mastican cementerios y colillas,
(entre tanta mueca uno tiene obligadamente que remendar los sueños,
hacer breves pausas en el almanaque,
maldecir el golpe de los aullidos que nunca encajan en los oídos.)
Las palabras a parte de confundirnos, nos muestran ese otro lado de bultos:
el de las disidencias, o el rescoldo de dobleces a la hora de aguantar
la indigestión: nunca acaba uno de asombrarse con tanto ornamento. Nunca.
No sólo la tristeza es fuego de extravíos, lo es también la alegría,
el río indecible del fragor, los goterones del país y su rancio evangelio
en los ojos, los empeños de conciencia y desahogos mediáticos de candelabros.
El sensacionalismo ha calado en la piel, también en las viejas prácticas de meter 
las manos donde no se debe. (Saben mejor las quemaduras de la aridez.)
El país es un vacío inconcebible, macabro tartamudeo, trastienda del tiempo.
El país es una herida inmensa hacia dentro del aliento.
El país es un inmenso guacal de malvivientes, de cadáveres, cementerios
y sobrenombres, en cuanto a animal quiero explicarme todas las bestialidades.
Uno se amotina según sea lo notoriedad de lo que pasa.
El país tiene esa extraña fascinación por las tribulaciones, por el hedor
y las morfologías equivocadas, y por el duelo.
(A fin de cuentas, sólo comparezco ante la historia y le devuelvo sus fármacos;
otros se harán los sordos, ahora y en la hora. Amén.)
Barataria, 16.X.2016

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