André Cruchaga visto por Lucian Opriceanu (Rumania)
ÍNTIMOS INFIERNOS
(MONÓLOGO)
Sin embargo basta un gemido para corromper tu inmensa
maquinaria
noche que presides las metamorfosis de esta habitación
podrida por la luna
igual a viajes hechizados ciudades falsas y la atronadora
antorcha del mar
ardiendo locamente en la sombra
y esos escaparates de tren en sueños con cosas ya
acostumbradas a mi vida:
situaciones de tránsfuga
amistades dementes en restaurantes desvanecidos…
Enrique Molina
Soy
simplemente un peregrino de la vida, alguien que adopta las claridades, pero
también, esas oscuridades que en cierto modo le dan a uno un sentido evasivo, o
que forzosamente son contrarias al sentido común. Ante tal situación, ignoro,
si lo que escribo tiene carácter literario, o si es literatura en todo caso. Indudablemente
que el absurdo forma parte de mi quehacer, esos juegos de la psicología con los
objetos, los matices ilógicos que hilvanan el pensamiento. Mis divagaciones van
más allá de cualquier pensamiento lógico, más allá de lo irracional o incoherente que
significa lo ilógico. A veces quiero escapar de mis propias impaciencias. Evoco
en lo posible el sinfín de la clarividencia, aquellas regiones remotas que
tiene el pensamiento. Soy consciente de lo confuso que es el mundo, de lo
difícil que resulta desnudar lo inasible, o quedar uno reducido a nada. Tal el
poema en cuestión, uno es el personaje para aprehender lo imposible de lo
posible; lo miserable resulta de lo que no constituye el absurdo, sino quien la
provoca. “Hay amantes que se pierden en el resuello de sus costillas; el tiempo
masculla/ sus propias cucharas, la luz y su inventario de túnicas, el sorbo de
luz a punto / casi de calcinarse. En aquellos despojos, ahora el vinagre./ En
el caracol de la melancolía, las escenas ciegas de la desnudez./ Los que nunca
han agonizado ignoran el vigor de una mordida,/ el clavo absoluto que se clava
en la garganta. / Camino habitado por demasiados andenes, esquinas, húmedas
intimidades / y muertes; el lenguaje sufre de extravíos en la vía pública./
Siempre estuvieron allí las esperas, en ese galope apuñalado de las esquinas./
Siempre al filo de la búsqueda adelantándome a la indiferencia./ Aun así,
supongo que fluyen los tiempos detenidos, / los suicidios y salpicaduras del
aire, las infancias que lloran en la marejada / de tatuajes, el zumbido
abovedado de las moscas sobre los retretes.” El tiempo como el silencio nos muerde
la razón, la lucidez para evitar los melodramas. Es difícil transitar las
esquinas de lo extraño, son complejas las contradicciones de esta comunión con
el rechazo o la reverencia. Advierto una constante devoción por el abandono,
apego a lo irreparable, al sentido fingido de los sentimientos. Supongo que hay
impulsos que van más allá a la mera escritura. Toda moraleja me parece
prejuiciosa y paradójica. Por tanto, confieso que no creo en esos golpes de
pecho que acaban con la propia identidad, con la manera personal de ser. Entre
tanta miseria, ¿cuál es el eslabón hacia la felicidad? Entre tanto vacío,
¿quién ocupa los andenes, el cielo raso de las semanas quebradas? ¿Quién le da
vuelta a su conciencia para despertar de tantos absurdos que nos da la vida
diaria? ¿Quién sin palabra drena sus íntimos infiernos, rechina los dientes del
sexo, y desenfrena la vulgaridad? Uno viene del horror y continua en el horror,
lo hosco es a menudo nuestro paraíso; el
artificio es nuestra ropa. El mundo y lo inhumano colman nuestras sienes y
bolsillos. Solo hay alguien que nos mira desde el otro lado, el espejo, la
melancolía que nos produce la muerte, para lo cual no existe solución,
únicamente bofetadas a trasmano y de soslayo. Ante este mundillo de números
inciertos, no es frecuente una moral evidente que salga al encuentro con el ser
humano. Lo único posible, hay que confesarlo, es enrollar el alba para comenzar
el siguiente día y en lo posible no dudar, o dudar de los ojos o de la comisura
de los labios, o de las arrugas heladas en los sueños. Hay momentos que necesito desenvainar mi risa
por mera utilidad práctica; poner el bisturí con doble filo en los ijares,
drenar la yugular del silencio. No tengo más urgencias que el poema. El poema
que en nuestro tiempo es otra minucia más, entre los tantos modos que tienen
las palabras para hacerse sentir. Odio todos los anticipos de cualquier cosa:
prefiero jugar completamente con la lengua, jugar a la venganza, hasta horadar
por completo la puerta, derribarla con toda la muerte que soporto, derribarla
ahora mismo y beber su cáliz. Simplemente el anhelo del poema es así.
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