André Cruchaga
DESTRUCCIÓN INFINITA
Apenas a tus ojos asomaron los ríos de sangre derramada
en la guerra
cuando la noche, con su quilla helada, atravesó mis
bosques de ternura.
Oh los mares sin islas, las huellas de tus manos en el
aire de mis cabellos,
ya sin ti, al pie de los días crucificados, mientras
maduran las naranjas.
Aún estoy sordo de la despedida, cuando las mariposas se
quemaron las alas
entre las campanadas de los árboles disecados en las
paredes
y los relojes despiertos en los árboles del jardín.
Pedro García Cabrera
Solo
llegada cierta edad, se tiene plena convicción de la fugacidad, es decir, de lo
volátil, efímero que resulta todo. No existe nada mágico en esto, ni conjuros.
En el prensil de la boca, nada permanece, sino a menudo el ciempiés de las
sombras, el eco de los atrios que no suelen desviarse y tambalear como un
tornado de granito. El humo y sus cáscaras grises tienen ese poder de los
insectos: trepan a las sienes y mastican amorosamente nuestras quemaduras. A
veces no hay tiempo ni siquiera para despabilarse del bullicio de los
encuentros con los diferentes rostros de la palabra. Nunca concluyen los
vacíos, tampoco existe la espera en estas circunstancias. “Nunca se petrifican los imanes, después
de asir espesas turbiedades. / Sí hay porciones de herraduras en la memoria y
humo de agonía / en las palabras. Las espinas reafirman la ponzoña del vacío y
la conquista / del caos y las fosas cavadas para los pájaros y las noches
mientras se desvanece /la luz y la punta de los crucifijos alrededor del
paladar. / Ignoro quién permanece al borde del murmullo extraño de los
presentes /derruidos, quién deambula en el extravío fundado en el territorio, /
quién es capaz de caminar a trasmano de las palabras.” Es de suponer y luego se
entiende: lo único eterno es el filo de la desnudez y los chillidos de crueldad
que nos da la voracidad. Cuántas ropas dejamos al borde del desfiladero, en ese
tramo de ebriedad y de desfusión; nos bebe, por cierto, la taza del crepúsculo,
los esfínteres del frío, los supuestos hoyos de la ruleta rusa. Merced a estas
circunstancias, el suspiro exhala agonías e interminables espejos como la gota
de sal disuelta en el lupanar de las emociones. Sobre la cobija impoluta del
rocío, apenas se respira. (Mientras me
encuentro entre mis recuerdos, la porción de pubis como otra estrella en el
corazón de mi alma. Titubeo frente a la brasa genital del cuerpo ingerido, de
la furia del estallido, del agua que uno descubre del cofre de misterio. Sólo
es hoy, el recuerdo del vértigo, del culto a la contemplación. Ya nada existe.
Se disolvió la náusea abrazada, los escasos ojos que ahora me sobreviven. Uno
aprende con el tiempo a releer e interpretar las equivocaciones; como quiera
que sea, cada quien colecciona tropezones ideológicos, y lecturas de ambiguas épocas. Vivo a partir
de algunos recuerdos; en la esfera vital, me despojo de todo. Únicamente deseo
que el ascenso no sea tan áspero como estas imágenes de la cotidianidad.) Frente
a mi escritura, o, en mi escritura, hay una devoción casi religiosa por
entender los diferentes nombres que tiene el trajín. Busco en mí, todo lo que
el mundo me ha negado. Mis actos son solitarios. El de alguien que reflexiona
desde dentro para entender lo de afuera. En el principio, la idea, la
imaginación, ese movimiento del designio, los pájaros y la página en blanco.
Nunca la demasía. Nunca el sentido ligero de la vida. Desde siempre me inicio
en el día a día. Adentro, afuera, todo es desconocido, todo pasa de largo
rozando la piel. Todo me vacía extrañamente: hay espectros, laberintos y
furias. ¿Quién reclama a quien todo lo que se sufre? En el fondo siempre
tenemos esa sensación de gozo y dolor, de algo que nos niega. Todo lo efímero
siempre postula la caducidad y la destrucción infinita. Todo depende de las
sombras y los gritos que nos acompañan. (Sé
que en las pupilas, pasas, muerte, deseando mi armadura. Lo sé al andar con mis
torpes zapatos. Lo sé por los vómitos arrepentidos en la boca.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario