miércoles, 24 de enero de 2024

ESPEJOS LÍQUIDOS

 

©Pintura de Wassily Kandisnky


ESPEJOS LÍQUIDOS

 

Todas las aguas del río descendiendo a mis pantalones:

con mi humedad a cuestas cobijo la noche.

Corren las aguas sobre el espejo líquido que talla el cielo;

cada huella naufraga en los barquitos de papel que se deslizan

como pequeños ataúdes.

Usted aquí en las aguas rotas de mis manos.

(Ciega y traslúcida la fiebre

del alma mojada en el espejo; en el limbo, Dios, inventando

otras sombras, otros días con brazos de ternura;

otras brumas que no se disuelven de manera inocente.)

Hemos partido las aguas del incensario profético.

Desde el ojo, la sal derrumbada, el agua inventada del cordero.

Extraño Paraíso. Extraño movimiento recurrente de lo humano.

 

Desde el caudal sombrío de las aguas, el corazón árido del pájaro

en el desierto. Desde los viejos comensales de las parábolas,

el inútil cofre de la memoria,

el futuro absorto del mundo y sus huestes.

Por si acaso, lavo el ala y los zapatos, quemo la sordera

que atraviesa corazones; quemo la cárcel de los pensamientos

trasnochados, aunque siga siendo un proscrito de sollozos

deleznables.

 

—El espejo no termina de entender la sombra inasible

que nos aprieta el alma; sobre los interiores impávidos,

el sueño delata intemperies:

huimos de los desgarramientos que produce el precipicio,

descendemos hasta el océano,

la huella del inconsciente nos abrasa con su oleaje.

¿Nos salvará, después de todo, la poesía fugaz del horizonte?

(Nada importa cuando el vacío de las aguas,

es otro hueco de inclemencias.)

 

El espejo en pedazos nos impide ver con claridad el horizonte.

 

(En el cadáver de los techos las líneas diagonales de la tinta

las paredes enredadas en la luz como una silueta de ijares

desencajados: allá en los abanicos inmóviles del absoluto

cruza la noche con su feria de cántaros rotos y primaveras

degolladas como los veleros rotos de la espuma

a veces es lánguido el caballo de saliva que atraviesa la garganta

perros amarillos jugando a la infancia confusos trapos

en el despeñadero de la memoria a menudo me da por pensar

en las autopsias de los trenes y el dolor en los costados

acaba con la buena suerte.)

 

Del libro: Objetos para armar, 2015

© André Cruchaga


martes, 16 de enero de 2024

CUERPOS CIEGOS

 

©Pintura de Wassily Kandisnky

CUERPOS CIEGOS

 

Mientras cae la noche ondea el sinfín: aquí, tu mirada ciega de existir

y la fruta desnuda entre mis manos. Bracean los pensamientos

y las pulsaciones al límite de lo inexplicable: cantan tus pechos

íntegros en el sol de la sed. Un suave litoral de saliva,

moja los cuerpos, en tanto la sangre virgen se vuelve tormenta.

(Sé, que edad y tiempo se nutren de esta savia unánime que emerge

del tronco de dos cuerpos. En la rosa derramada sobre la tierra

tiembla el mar hasta desvanecerse.)

La estupidez sigue perdurable al igual que los geranios atrapados

por algún filósofo, un cangrejo en una botella de mar desconocida.

Es inútil la realidad y su anacronía.

Es inútil, al mismo tiempo vivir con las contaminaciones de tantas

interjecciones apuntalando el horizonte, la ventana en el traspatio

de la sed desmoronándose en cuerpos ciegos.

 

«¡Y saber que donde no hay un Padrenuestro, el Amor es un Cristo

pecador!» saber que la zozobra es el tísico fulgor que aniquila

todo cuanto los años han construido.

Hoy es difusa aquella inocencia que transitaba anhelante

y sin pañuelos.

 

Nosotros, pecadores recayendo a cada rato y cargando sin suspicacia

las dolencias de un amor proscrito con el temor de los paréntesis

y los amuletos.

 

Por eso están los recuerdos que asumen la supervivencia nuestra.

 

Del libro: «Mesón Vallejo», 2020

© André Cruchaga


martes, 9 de enero de 2024

SOMBRA DEL CAUTIVERIO

©Pintura de Wassily Kandisnky


SOMBRA DEL CAUTIVERIO

 

Es la sombra del tiempo el propio cautiverio, la calamidad

siempre cerca de la ternura, los duros ojales de la noche en el pecho.

Penden los ojos del polvo de la calle: se nos va apagando el sentido

de la vida, salvo la noche que cubre el sueño.

Odio aquel pájaro de galopes en el frío quemado de mis poros.

(Aunque no guardo remordimientos de aquel temblor de huesos

y miradas de un amargo ataúd, aún siento el yugo de la duda.)

A veces, sólo quiero regresar a mis ojos.

Ante el folclor disfrazado personajes se aprovechan de la mitología

seleccionada para fumar tabaco o hacer digerible la política.

Al ritmo sudoroso en el que vamos no hacen falta más señales

que las del espejo y sus bullentes manos acribilladas en la cárcel

o la calle que al cabo es casi lo mismo.

En medio del desgarramiento y el escozor, la falsa moral enrejada

en la oscuridad de los párpados, con ese hedor brumoso de la carne.

 

Así el confinamiento se reduce a ministerio inevitable.

«Como un pájaro lúgubre, será el blanco panteón tu cautiverio»

que crezca sin troncharse en el pecho.

 

Ahora son muchas las sombras donde late la indiferencia y enlutan

con su filo este torbellino de convulsiones.

Es como si de pronto la sonrisa fuese oprimida por la saña.

 

«Ajeno de libertad» retomo mi trino, aunque no pueda volar lejos.

 

Del libro: «Mesón Vallejo», 2020

© André Cruchaga

©Pintura de Wassily Kandisnky


 

lunes, 1 de enero de 2024

AFÁN DE UN DESTINO

©Pintura de René Magritte



AFÁN DE UN DESTINO

 

 

 

 

Y tú, sueño, dame tu día menta implacable,

tu tiempo de deshora.

CÉSAR VALLEJO

 

 

 

 

Sin haber llegado a ninguna parte se presenta la deshora:

oigo las voces del viento y, a su vez, las insinuaciones de la noche.

Con miedo abro las persianas grises del polvo: ahí está el fuego

desbocado de los sueños, esa sensación de levedad y también de frío.

Ignoro si tiene sentido y oportunidad el ala, en medio de tanto vacío,

entre garras y pulsos y piedras. La mucha distancia urde abismos

y hace de la sed, muerte temprana. Pese a los golpes que alcanzan

mis calcañales, sigo desollando lo implacable.

No hay un sueño más allá del ojo que se pierde en una cerradura,

ni otra obscenidad más violenta que mutilar el hambre.

 

Ayúdame a desenroscar las aguas puras de tu risa, a veces opacas

de melancolía, barcos que el alma pierde en la noche.

 

Siempre te busco en los atisbos de algún presagio, nunca esquivo,

aunque no tenga respuestas, al cabo es solo mi historia.

 

Desde algún aparcadero bullen los bramidos del sueño,

las confidencias sin remedio del insomnio, los cuerpos de felicidad

que atenúan el follaje de cipreses.

 

Del libro: «Mesón Vallejo», 2020

© André Cruchaga