©Pintura de Wassily
Kandisnky
SOMBRA DEL CAUTIVERIO
Es la sombra del tiempo el propio cautiverio, la calamidad
siempre cerca de la ternura, los duros ojales de la
noche en el pecho.
Penden los ojos del polvo de la calle: se nos va apagando
el sentido
de la vida, salvo la noche que cubre el sueño.
Odio aquel pájaro de galopes en el frío quemado de mis
poros.
(Aunque no guardo remordimientos de aquel temblor
de huesos
y miradas de un amargo ataúd, aún siento el yugo de
la duda.)
A veces, sólo quiero regresar a mis ojos.
Ante el folclor disfrazado personajes se aprovechan de
la mitología
seleccionada para fumar tabaco o hacer digerible la política.
Al ritmo sudoroso en el que vamos no hacen falta más
señales
que las del espejo y sus bullentes manos acribilladas
en la cárcel
o la calle que al cabo es casi lo mismo.
En medio del desgarramiento y el escozor, la falsa
moral enrejada
en la oscuridad de los párpados, con ese hedor brumoso
de la carne.
Así el confinamiento se reduce a ministerio
inevitable.
«Como un pájaro lúgubre, será el blanco panteón tu
cautiverio»
que crezca sin troncharse en el pecho.
Ahora son muchas las sombras donde late la
indiferencia y enlutan
con su filo este torbellino de convulsiones.
Es como si de pronto la sonrisa fuese oprimida por la
saña.
«Ajeno de libertad» retomo mi trino, aunque no pueda
volar lejos.
Del libro:
«Mesón Vallejo», 2020
© André
Cruchaga
©Pintura de Wassily
Kandisnky
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