©Pintura de
Wassily Kandisnky
CUERPOS CIEGOS
Mientras cae la noche ondea el sinfín: aquí, tu mirada
ciega de existir
y la fruta desnuda entre mis manos. Bracean los pensamientos
y las pulsaciones al límite de lo inexplicable: cantan
tus pechos
íntegros en el sol de la sed. Un suave litoral de saliva,
moja los cuerpos, en tanto la sangre virgen se vuelve
tormenta.
(Sé, que edad y tiempo se nutren de esta savia unánime
que emerge
del tronco de dos cuerpos. En la rosa derramada sobre
la tierra
tiembla el mar hasta desvanecerse.)
La estupidez sigue perdurable al igual que los geranios
atrapados
por algún filósofo, un cangrejo en una botella de mar
desconocida.
Es inútil la realidad y su anacronía.
Es inútil, al mismo tiempo vivir con las contaminaciones
de tantas
interjecciones apuntalando el horizonte, la ventana en
el traspatio
de la sed desmoronándose en cuerpos ciegos.
«¡Y saber que donde no hay un Padrenuestro, el Amor es
un Cristo
pecador!» saber que la zozobra es el tísico fulgor que
aniquila
todo cuanto los años han construido.
Hoy es difusa aquella inocencia que transitaba
anhelante
y sin pañuelos.
Nosotros, pecadores recayendo a cada rato y cargando
sin suspicacia
las dolencias de un amor proscrito con el temor de los
paréntesis
y los amuletos.
Por eso están los recuerdos que asumen la
supervivencia nuestra.
Del libro:
«Mesón Vallejo», 2020
© André
Cruchaga
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