©Pintura de Wassily Kandisnky
ESPEJOS LÍQUIDOS
Todas las aguas del
río descendiendo a mis pantalones:
con mi humedad a cuestas
cobijo la noche.
Corren las aguas
sobre el espejo líquido que talla el cielo;
cada huella naufraga
en los barquitos de papel que se deslizan
como pequeños
ataúdes.
Usted aquí en las
aguas rotas de mis manos.
(Ciega y traslúcida la fiebre
del alma mojada en el espejo; en el limbo, Dios,
inventando
otras sombras, otros días con brazos de ternura;
otras brumas que no se disuelven de manera inocente.)
Hemos partido las
aguas del incensario profético.
Desde el ojo, la sal
derrumbada, el agua inventada del cordero.
Extraño Paraíso.
Extraño movimiento recurrente de lo humano.
Desde el caudal
sombrío de las aguas, el corazón árido del pájaro
en el desierto. Desde
los viejos comensales de las parábolas,
el inútil cofre de la
memoria,
el futuro absorto del
mundo y sus huestes.
Por si acaso, lavo el
ala y los zapatos, quemo la sordera
que atraviesa
corazones; quemo la cárcel de los pensamientos
trasnochados, aunque
siga siendo un proscrito de sollozos
deleznables.
—El espejo no termina
de entender la sombra inasible
que nos aprieta el
alma; sobre los interiores impávidos,
el sueño delata intemperies:
huimos de los
desgarramientos que produce el precipicio,
descendemos hasta el
océano,
la huella del
inconsciente nos abrasa con su oleaje.
¿Nos salvará, después
de todo, la poesía fugaz del horizonte?
(Nada importa cuando el vacío de las aguas,
es otro hueco de inclemencias.)
El espejo en pedazos
nos impide ver con claridad el horizonte.
(En el cadáver de los
techos las líneas diagonales de la tinta
las paredes enredadas
en la luz como una silueta de ijares
desencajados: allá en
los abanicos inmóviles del absoluto
cruza la noche con su
feria de cántaros rotos y primaveras
degolladas como los
veleros rotos de la espuma
a veces es lánguido el
caballo de saliva que atraviesa la garganta
perros amarillos
jugando a la infancia confusos trapos
en el despeñadero de
la memoria a menudo me da por pensar
en las autopsias de
los trenes y el dolor en los costados
acaba con la buena
suerte.)
Del libro: Objetos
para armar, 2015
© André Cruchaga
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