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cogida de francescoocchetta.it
EPIFANÍA DE LA PROFANACIÓN
Hojas secas para tapar un límite de inolvidables rumores
El otoño tiene el desencanto del que todo busca
Unas pestañas anuncian la hora más a la altura del vago
ruiseñor distraído
Evidencia
Memoria
Sin memoria
Aparecen los días con alguna nostalgia
Tal vez nunca se ha dado más el otoño a la angustia del
hombre
Los periódicos anuncian una buena cocinera
Un canario
O un perro amaestrado en el arte de pelar las cebollas
Nadie dice buenos días al cortejo fúnebre
Emilio Adolfo Westphalen
Para
el alma de los imposibles me temo que “la oscuridad permanece como apéndice de
puertas.” Quizás en un día de no videntes debamos quemar todas las parábolas
hasta el corazón impalpable de lo excelso. La emoción del no ser es una
nebulosa de eternas pupilas. Hay una renuncia permanente a las pupilas, una
sombra de agonías fragorosas, un mundo tan sólo para deificar el absurdo.
Simulamos hasta los fogonazos del orgasmo, los golpecitos de pecho y el luto
innumerable de los sueños. Se nos gastan los caminos en los diferentes granitos
del aliento, o en la lejanía suicida de los zapatos. En la herida monocorde de
la tinta cuelga uno la hostilidad de los cuchillos, los ojos condenados a los
candelabros. Veo a diario cómo crecen las ojeras y los huecos de la mesa de
tanto respirar. Nunca ha habido para la sobremesa, sino este tiempo agotado, el
violín gris de la hojarasca, los catecismos sin nada colgando de tapiales o
paredes cuya edad parece mortífera. “Es dura la simulación de la risa, o la
mueca de la boca, añeja de mundos/ y
basureros. (Uno lleva el luto como un candil perenne de tumbas);/ no se
necesita de mucho para saber de dónde emergen las cucarachas,/ los alaridos,
esta historia que arranca las frondas del regazo/ y nos deja en abandono e intemperies./
Igual que los espejos rotos estos fragmentos de escamas prendidas en
alfileres,/ igual que las lecciones de las alcantarillas los gusanos
blancuzcos/ de los cuchillos, la risa confeccionada para complacencias, o el
cuervo suicida/ afilando las estrías del entrecejo, los cielos oscuros cuando
cruzan las arañas/ todo el azul pedregoso de los párpados.” Comprendo que el
aguacero es tempestuoso y sólo el que está adentro de la tormenta siente los
latigazos del agua, esa ecuación de ataúdes que hace el poder. Yo no veo
hostias en mis ojos ciegos, ni auroras vivas en el engendro enamorado de la
orfandad. El país siempre duele permanentemente. Duele Dios y su balanza
siempre desigual, duele el reloj oscurecido y esa hostil labranza de azadones. Quien
realmente es arriero sabe lo que digo. Esto que vivimos es un estribillo atroz:
lamemos el huesito del horizonte y le damos potestad a cierta ansia de
eternidad. Un ejército de moscas arrastra mis pupilas, sin providencia alguna
más que este amargor irrestañable. ¿Soy pesimista? Sí, y es que nada, ni nadie me dice lo contrario para despertar en el
paraíso. Crujen las infancias y las noticias. Nos queda apenas jugar en lo
profundo. En el corazón oculto de las sombras y la orfandad, en la desbandada
del tiempo y lo desconocido, y no en la querencia, no en el campanario de la
inocencia al cual uno ya ha renunciado. Luego no sé si es bueno o malo seguir
pensando en el sinfín, palpar la escarcha que dejan los mendrugos, desenroscar
la esfinge y que suceda lo que deba suceder. De pronto, uno sólo tiene la
posibilidad de enjuagarse con la viscosidad de los andenes y las alcantarillas,
tragarse el sarcasmo y luego con un dejo de ternura hacerle reverencia a la
autoridad. No sé si es para siempre este peligroso juego de pólvora china.
Habrá alguien que en medio de la fiebre se queda con medias palabras, después
de todo halaga mucho la actitud de tumba que en circunstancias especiales se
requiere. Y qué del futuro sin escapularios y, hasta sin golpecitos de pecho a
la altura del corazón. No sé si ésto, justamente, constituya la Epifanía, el
ojo y la fuerza para continuar el camino. Nos alumbra continuamente la
profanación y el engrudo de la traición.
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