Imagen cogida de la red
SINFÍN DE OJOS
En los
ojos habitan cansados pájaros y necrópolis de nieblas abrasadas.
Arden
alrededor del aliento todas las aceras inmóviles y somnolientas
de este
carnaval adusto de fotografías.
Nadie
puede olvidar el oficio de mirar hacia el sinfín.
A nadie
le quitamos el cuerpo para que se quede a solas atravesando
los
rumores del pez roto de lo postrero.
Subida el
alma de los sueños, nos viene el brote y desgaste de las miradas.
Soñamos
en un túnel cavado con aullidos, aunque ellos desequilibren
los
techos revueltos por la brama, los espejos como un arroyo dividido.
Existe en
el metal frío del viento, esa extraña plantación de fríos, los ahogos
y su
absoluto, a la postre balbuceos de sal, o calles afligidas de oscuridad.
Ante el
hechizo uno siempre mira más allá.
Cada
quien es peregrino de sus propias tribulaciones: alarga o encoge
el
camino, atraviesa senderos ciegos
hasta
precipitarse en el aplastado rumor de hormigas.
Hay
postas que nunca divisan los ojos, y paraísos con realidades fantásticas.
Se que
uno avizora el lugar de los rescoldos del último abandono
de los
recuerdos, menos el acta de defunción de los brazos rotos
o de la hora donde ya
no cabe ningún disimulo.
Y es que
el sinfín, es sólo una pretensión de los ojos, un intento de tizón
para andar
entre los páramos: a veces sólo hay que sacar a empujones el miedo
de todo
lo real y hacerlo legible en la boca hasta el cansancio…
Barataria, 2016
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