André Cruchaga
CÓPULA DE LA ESCRITURA
(MONÓLOGOI)
ATORMENTADO por las luces desconfío desde entonces de su
buena
intención y rehuía su encuentro cuando desbocado buscaba
los acuarios escondidos en los pliegues de la madrugada. No pude dar alcance a
mi buena
intención y rodeado mi cuerpo de aristas que engranaban
en las esquinas
fui recorriendo la ciudad con una marcha a la deriva
mientras se desperezaban los árboles despertados por un grito que brotaba en
espiral del cielo y
venía a clavarse en el sexo de la Tierra dejándola
embarazada de ecos.
José María Hinojosa
Uno
transita en medio de esos dos mundos, la vida y la muerte. Vivimos tiempos de
complejidades y azarosos vaticinios. La realidad histórica es caótica y, al
menos personalmente no la veo halagüeña: desde mis primeros versos está ahí,
con sus dientes ávidos; nunca en el dominio de lo humano, quedan fuera estas
vicisitudes. El poema es esa relación íntima que tengo con mi entorno. Éste,
entonces, y es mi caso, constituye una preocupación acerca de todas esas
realidades recurrentes en nuestro mundo. Es responsabilidad de la poesía y del
pensamiento mismo, no distanciarse de la realidad y la intimidad. Son dos
situaciones vinculadas entre sí. Ya en el poema en cuestión: “Juego de
concavidades”, advierto: “¿A quién le obedezco para distanciarme de la
frustración de los embudos?/ En cierto modo, todos los huecos resultan
imposibles. / Arranco mis ojos atados a la noche. Derribo los litorales de mi
aliento. / Camino por el mundo y mis zapatos se pierden;/ tengo vocación por
los guacales en desuso, en sus abolladuras crece el musgo./ En las escenas
sepulcrales del conjuro, la agonía oscilatoria de las cucharas,/ o la pobreza
salpicada siempre de manos sucias y limosnas./ El filo de los ataúdes hiere
como la niebla, muerde los horcones del fuego.” No es la idea del abandono,
sino el abandono encarnado. No es el remordimiento, la impotencia, sino la
desesperación que avanza a pasos vertiginosos y apenas nos damos cuenta, o son
perceptibles todas las trampas que usa el poder para horadar esa intimidad del
sujeto. Entonces, sí tiene sentido la poesía, el poema, tanto como esa llama
que nos revela la luz, que interpreta las sombras. Ante las múltiples imágenes,
la metáfora y la voz, las voces dentro del poema, las puertas visibles o
extinguidas. A través del insomnio se manifiestan los paisajes los mundos
devastados, las manos y las aguas quemadas, los cambios de piel de los
abrevaderos, la tortuosidad de las procesiones, y los tendones rotos de las
grutas. Un poema siempre está hecho de encarnizados relámpagos, dentro él,
abrazamos la realidad real y la ficticia, es como si allí se disiparan las
penas, los cuerpos y los nombres que lo han habitado a uno. Así es como tienen
sentido las palabras, nuestro lenguaje trasfigurado. Se me ocurre decir que el
poema es el pulmón del lenguaje, el trayecto sobre el cual caminamos sin
mayores riesgos, salvo, de seguro el asombro: aquí se acoplan poeta y lector,
y se adentran en el lecho de las palabras
hasta ser una sola respiración. En el altar del alfabeto, la necesaria cópula de la escritura, los
tambores olorosos a gesticulaciones, o los cascos del tiempo frente a nuestros
ojos. Uno después olisquea la piel de la página, y calla. Calla el silencio y
los aserrines de las calles y los encendidos olores de la costumbre y las
imágenes desnudas del reproche. Siempre sigue siendo extraño nuestro mundo
aunque lo vivamos todos los días. Siempre galopan de noche las campanas, y las
infancias perdidas en el terror cotidiano. Uno no sólo le tiene miedo a las
calles, sino a los disimulos y a los sueños, a los mares que atraviesan las
rodillas y atropellan el aliento; entonces, me busco en el poema. Pienso en los
tantos prólogos que se le escriben a la historia, en los activos y pasivos de
los años. El único júbilo posible es el poema y su lecho pagano. Claro que
habrá alguien que siempre desee justificar su escritura, es decir, su lazo
conyugal con el poema. No hay que olvidar que también del poema es necesario
huir. Esta es la manera más rotunda de borrar la propia escritura. Jamás se
debe perpetuar la cópula del poema, es necesario dejarlo que fluya. Al final
únicamente hay que desoír la propia sangre y dejar que fluya el petate del mar
con su fanfarronería de espuma.
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