André Cruchaga
FACCIONES DEL SOFOCO
(MONÓLOGO)
Para
mí la poesía es un medio alternativo para vivir: la naturaleza humana compleja,
disímil, paradójica, linda en esa sensibilidad del absurdo, que bien señaló en
su momento Franz Kafka y a su vez, Albert Camus. Estos elementos y otros,
nutren la geografía de mi poesía. La han esculpido de cara a la realidad, de un
extremo a otro de la conciencia. Ocurre que la historia lo desuella a uno, lo
descorazona, llena de sofismas el diario vivir. Ante la agonía el ser humano quiere
cambiar de garganta, de todas las caras y ojos que tiene el suplicio. Cada
quien desea reconocerse en el calorcillo de unas cuantas monedas y abrazar
correctamente la existencia ciudadana. Nadie duda que en muchos casos estamos
sometidos a la mueca, a esa eternidad pública de la orfandad. A estas alturas
ignoro si es posible alguna indulgencia para hacer que la herida de los sueños
cicatrice. “El devenir es mucho más que el fango o cualquier armadura./
Cada vez creo menos en los designios, en los suplicios, o las furias./ No hay
sentido en toda la masa silbante del fuego, en la flama desmadejada,/ en el
camino del sesgo, aunque centellee la humedad de la lengua./ No es el fuego el
que nos atisba, sino la página en la cual escribe el pálpito;/ no es la
quemadura, —a fin de cuentas—, sino el largo día del herraje;/ no es el pájaro
que vuela, sino el asombro del vuelo, tal vez la piel sedimentada.” He vivido y
presenciado la desesperación que provoca la pulsación de estos fuegos: claro
que existen otras complejidades, tan adustas como la subjetividad, ese ámbito
sublime pero de tantos extravíos. Hay mundos abisales más allá de lo
enteramente humano que alteran la quietud y se transforman en desasosiegos
indisolubles. Yo no he podido distanciarme de estas proximidades del fuego, ni
de su carácter sofocante, de su picoteo de cuervo. Sólo a través del poema, cuya
esencia es la evidencia que el poeta ha percibido y de la cual es parte, nos
conduce al juzgamiento de cierta identidad y contradicciones con el entorno en
el cual vive. Sólo cuando el ser se siente amenazado por la duda, la
incertidumbre, la angustia, se es capaz de entender los propios desequilibrios.
Hasta hoy, no sé cuál es el alcance de un poema, ni si realmente es necesario
como negación o afirmación, o testimonio de algo. Pudiera ser que únicamente
sea una actitud egocéntrica, una real negación del yo en segunda instancia.
Pero claro, existe ahí, una realidad subyacente, un silencio de plomo, un
invaluable desenmascaramiento, aun en aquellos tópicos en extremo íntimos. A
menudo, me planteo si vale la pena escribir; o si por el contrario, están allí
otras razones como los horcones que sostienen una casa. Esto, desde luego,
desequilibra, al punto de llegar muy probablemente a los patetismos. Entonces,
el extravío, el gozo, todos los imaginarios incluyendo la realidad nos dan la
ilusión de mostrarnos quizá sin misterio, o con él, pero a fin de cuentas tal
cual somos, tal cual nos hemos edificado a partir del uso de la palabra.
Después de sepultar tantas infancias, uno tiene dos caminos por conquistar: la
lucidez o la evasión. Yo he preferido la primera con todo y los suicidios de
luz vividos, con todo y los cansancios, con todo y las indiferencias. Me queda
por averiguar en qué sitio está la llave del futuro y a qué pozo le devuelvo
las trampas del absurdo. Sobre este abrir los ojos, las facciones del sofoco
detrás del galope.
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