Imagen cogida de la red
INCERTIDUMBRES
En los interiores del polvo, nada es
seguro, ni siquiera la lágrima
salpicada de eternidad, ni los ojos
brincones de los intrincados girasoles
del tiempo. Siempre sobre nosotros la
desconfianza y las pestañas postizas
del sudor. Nos sumergimos en esa piedra
flotante de la noche.
Nada nos hace diferentes a la simpleza
o adustez de lo postrero.
A veces, sólo son muecas y congojas las
rodillas, los asombros,
que suscitan las sombras.
Sólo quiero entender la herrumbre y su
consuetudinaria tristeza: quiero
descifrar los cuatro costados de la
lluvia sobre los espejos.
Sobre el olvido, ¿qué hace realmente el
tiempo, los ojos profundos de la avidez?
Ante lo irremediable, ¿dónde quedan los
nacimientos y los caminos?
A uno se le tuesta la piel de tanto
andar crecido en sollozos y cicatrices.
Cabecea el jengibre de la duda, y esa
siempre burbuja de oscuridad alrededor
de las ventanas, entre la sombra y el
plomo del aliento.
Ante el templo del estigma cada quien
de seguro es deudor de su sombra.
Ignoro si existe vehemencia en este
pacto con lo errático,
o es otra forma de colmarse con la
crudeza de los poderes que rompen
las entrañas. Cada vez cabecean las
túnicas en los rostros. Se extravían.
Desvela el ceño de metal de la noche,
luego desciendo sin rostro y sin palabras.
Es irreconocible el escombro que se
arrima a la respiración.
Al cabo, pagamos un precio por la
tentación a tanta impunidad.
Barataria, 03.XI.2016
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