André Cruchaga
UN PAÍS SIEMPRE ES
INIMAGINABLE
(MONÓLOGO)
Cuando la noche planta sus negros manzanos en mi rostro,
cuando caen de mis manos los vasos destruidos, y las campanas infinitas golpean
en mi corazón,
es un nombre lejano el que pronuncio.
No se trata de una actitud de augur ni de una investidura
deslumbrante.
A esa hora de construcción astral no caben corales ni
instrumentos
y sí, solamente, la pobre capacidad de unción con que un
hombre cualquiera,
en un rincón tomado al horizonte, puede dirigirse hacia
el umbral
de sus afectos
Juan-Eduardo Cirlot
A
menudo hay túneles abisales como los desasosiegos existenciales. De pronto, uno
internaliza ese cascajo de la violencia, las atrocidades del diario vivir, pues
no todo es paraíso. Habrá siempre quien nos quiera dar atol con el dedo a fin
de que uno descrea, lo que en verdad pasa con lo que nombran las palabras.
Después de caminar y andar en hombros todos los cansancios, se constata la
viruta que nos lanzan a la conciencia. —Me digo, ¿soy criatura real o
irreal? ¿En qué sitios amanezco y dónde
duermo? ¿Qué sueños sueño y guardo debajo de las uñas, así echándole tierrita
al tiempo? ¿Vos, sos real o irreal? Las manos pulsan la partición de las aguas.
“En el túnel del miedo aúllan, empinadas, todas las bramas de los gatos
domésticos. Usted entenderá que en los sueños, balbucean los rescoldos
amarillos de la memoria, las tumbas de los vecinos, esas pupilas convulsas
debajo de la cobija. En las monedas fúnebres del país, apenas la indiferencia
de la paternidad de los sombreros, la gota de esperma sobre el estiércol, la
diadema inalcanzable de la entrepierna, el encaje llovido de la última
tormenta.” Uno no es choco sólo para hablarle a las distancias y los abandonos.
Juro que no es cómodo llegar hasta el hartazgo, a cierto cinismo decadente, al
alineamiento de ojos y palabras. No es gozoso respirar todo el tiempo sobre
ciertos espejos. No es la pelambre la que en definitiva hace los maullidos. No
es la gota de semen eyaculada la que engendra bestias con lengüetazos
desmedidos. No es la muerte sino la tantísima duda y la mentira la que engendra
(engendran) velorios y cementerios. Un país siempre es inimaginable. Un país
siempre es una lápida donde orina el tiempo y defecan las palomas y los chuchos
aguacateros. Un país siempre es un vademécum de mentiras, un país es sólo la
mucosa irritada con sus consecuentes estornudos y mocos. Un país es una piñata
inequívoca en la que muchos la vemos únicamente de reojo. Claro que al decirlo
uno está sujeto al escarnio, salir a empujones para que otros practiquen el
tiro al blanco. Un país de insinuaciones cuesta soportarlo. Un país coqueto
termina en las alcantarillas. Uno lo reconoce con sus eternos candiles, por las
pancartas, por los sobresaltos y los sellos postales. Un país en movimiento no
se fía de sus “santos”, ni las estampitas que se compran como bisutería en el
mercado informal. Nadie tiene inmaculada la saliva, esto hay que entenderlo
así. Existen bufones y curiosos y prestanombres. Hay Lázaros y Pedros y Caínes y Abeles. Eso lo sabe uno sin
necesidad de haber aprendido a leer las cartas astrales del Nazareno. A uno lo
pueden mandar al diablo sin mayor cargo de conciencia. Por eso, con alguna
frecuencia, mejor dibujo pistolitas y ahorcados. Me han dicho que es bueno para
combatir los traumas. En realidad ya no sé si eso es cierto, o es otra de las
tantas verdades que debo aceptar como verdades. Resulta que sólo practicando la
parsimonia puedo despojarme de mis anteojos y jugar a las manos; que éstas
exploren la incandescencia, o refrenen el tren de las pulsiones. Ante la
desgracia, todos estamos contentos y felices. Jugamos como niños cuando le dan
su primer juguete. El éxtasis es inmenso cuando se piensa en el Edén. A la
orilla de las sábanas, ese olor al pulso en su más alta quemadura. Quizás al
rato lo desvalijen a uno pero no importa: uno sabe que después de tanta
desgracias se aprende a vivir con ella. La verdad es que uno no puede impedir
los resuellos; otros cimbran la boca en alguna bacinica y otros más, harán de
las ojeras un lugar común. En el charco de fuego veo innumerables osamentas,
sierras, ruidos de martillos, bolsas plásticas. Sueltas las pupilas, nos
deviene la pálida y sus raspaduras.
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