Imagen cogida de la red
IMAGEN
DE LA CAÍDA
Es fiero todo este muladar del falso blanco en que la carne
se presenta.
De hecho arrastramos las caras huesudas de los relojes.
Perviven las poluciones del otoño y las deidades caídas en
el extravío.
Nadie intercede cuando el desuso cae al vacío, —hay
roturas y habituales
retóricas de algo que los ojos no pueden garantizar.
En presencia de la orfandad, ésta nos convierte en la peor
miseria.
Muchos sentimos la pesadez de los cascos en la boca, el
trote de sombras
en plena salivación. Las caídas cuando son constantes, se
amortiguan
en la memoria, luego la demasía las hace parte del
escupitajo varicoso
de los días hondos que perviven en el cuerpo.
Hay tantas fotografías y espejos, que alguien sin más se
convierte
en amanuense de esta oscura especie de reveses.
Sin reposo, tal vez, cedan los espectros sus rostros y su
delirio silencioso.
Uno se mira en los desplomes de la patria: hay dudas y
sordas madrigueras;
hay edades tan precarias como las espinas, sueños áridos
como los ojos sin lágrimas, como las sombras extrañas que
destilan
los prostíbulos: ya nos hemos habituado a los designios
descarnados.
Sólo hay calles superpuestas. Lentas calles bastante
confusas de palabras.
El subconsciente no tiene compuertas para drenar las
imágenes arqueadas
de las diademas, —el
río de caídas es una injuria a las ventanas.
Después de todo me quedan las paradojas y algún escapulario,
por si acaso.
Barataria, 21.XI.2016
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