Foto
de Loca Luna / Anna Gay en Flickr
La
imagen ha sido cogida de Pinterest.
EL MIMETISMO DE LA HOJA
En el fondo del mar desde la edad del hielo
Con el ácido que transforma de golpe las medusas en
corales
Una noche que será más pesada que nunca a los párpados
Un revólver que en otro tiempo pudo haber sido la
libertad
Yo soy ese revólver como el mimetismo es a la
hoja-volante
Y tú la más bella entre las bellas.
Enrique Gómez-Correa
En
mi caso, escribir es sólo un acto de fe, una sensación siempre de proximidad y
lejanía. Nada más cerca a la realidad de lo humano: el asombro tan necesario
para matizar las crudezas del día a día. Si el poema no existe, tampoco yo:
somos indisolubles. De toda la realidad, lo más viviente es el poema porque es
la cumbre del sentimiento y del sentido ético de la vida. La tanta miseria
existente (material e inmaterialmente, hablando) ensombrece a menudo los
pilares que sostienen al ser humano. Y
claro, nunca es fácil responder con hospitalidad plena los agravios y
desagravios de la patria. Acaba uno abatido por los tropezones. La creación
poética me desdice y me afirma; ella me sirve para desvelar el rumor del
granito disperso en las calles. A partir del poema, las razones unitivas del
absoluto, es decir, de esa otredad imposible de claudicar. “Al caminar se
desperezan todos los bullicios,/ el país de los desequilibrios: se escucha de
nuevo la hoja que arrastra/ el viento
sobre las aceras, el frío colonizado entre fósiles./ Nos azotan los recuerdos
escindidos del deslumbramiento, las sombras/ del cuerpo como erupciones
despiertas en los costados./ Deambulan las ojeras junto a los merodeadores del
destino./ (No hay razón, me digo, para quebrar espejos, ni colgarse de las
astas/ del viento, siendo que así se puede sodomizar la miseria, hablar de las
calles/ de postguerra, o simplemente
volar con plumaje en mano./ Hay tantos imposibles que acaban en fuego o sombras
en los lagrimales,”… Uno también está hecho de memoria, de peces ciegos y
espumas vivas. Uno está hecho de piel dolorosa y epifánica, de aguas ligeras
como los trajes del día, de adioses lentos, muy lentos que caen a la tierra
como las hojas caducas del otoño. Al lado de uno, el dulce pájaro, o el ala
amarga del vuelo y de los duelos con los que se convive en función de los
sueños. Hay tantas grietas que la alegría, aunque parezca paradójico es una de
ellas: es poseedora de un hacha vívida para horadar las sombras. Un hacha que
puede ser la palabra, disonancia; o la
frase, disonancia cognitiva y afectiva. Siempre la turgencia de los sueños
desamarra la túnica del aliento, el cordón umbilical de lo angélico, a veces
hasta las voces fingidas de la misericordia. Uno juega con las palabras después
de todo, aunque sea en una realidad derrengada y las aguas termales de la
historia le lleguen a uno hasta el pescuezo. Procuro leer junto a las moscas y ser
solidario con ellas; yo no soy quién para escupir sobre los embudos de las
aceras, encima de los globos desinflados. Cada día recuerdo más los
abrevaderos, ese lugar solidario de los huesos, muy adentro de mi aliento y mis
sienes. Duele el sudor de las matronas y el poema que cuchichea en la salida,
entre aguas y pétalos. Así sale la criatura: el poema agitado de baba. Luego
hay que suturar la herida, creo. Le coloco esparadrapos a todo eso tan real,
tan áureo y visible. Yo siempre vivo de lo inesperado; veo al huelepega oficiar
su rito casi de manera vehemente. Veo al que despedaza el fuego en su garganta,
al que respira a costillas de otros. ¿Cómo es una risa en el umbral de la
noche? ¿Lo sabe usté? Escribo y oigo las aguas de las alcantarillas. ¿Usté se
detiene a escuchar todos los maullidos desconfiados del reloj a la hora de
masticar espejos? Salto a lengüetazos ante todo lo que sucede. Usté lo niega
todo porque ya el ceño es solo mueca, muestra de ciertos automatismos. A mis
años todavía me encaramo en las cornisas para divisar el cielo del país: algunos
monumentos y lápidas, resultan inimaginables, obsoletos. Ah, yo camino también
sobre mausoleos y hago apuestas con los enterrados en sepulturas clandestinas.
El país es así: extraño y huraño como los sueños rebotando en las rodillas. En
cada grieta de las palabras, hay irritables onomatopeyas, como aquellos jadeos
obscenos de la medianoche. El poema después de todo es una lluvia derretida en
las pupilas que se despedaza en el cuentagotas del orgasmo.
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