Imagen cogida de la red
TERRITORIO DE LA DESMESURA
Para
descubrir la existencia de los extasiados filones
en las
móviles profundidades de tu cuerpo
mis dedos
son varitas mágicas.
Insólitas
serpientes de la cólera
mis muebles
se odian en mi dormitorio
y sus
grandes batallas inmóviles recuerdan
las de
nuestras manos las de nuestros labios
las de
febriles vapores que brotan a medianoche en los puertos
las de
mansiones que invisiblemente se rajan de alto en bajo
cuando los
pasos de una mujer demasiado bella resuenan.
Michel
Leiris
Desde los interiores
de la nostalgia uno aprehende todos esos temblores del cierzo; desde el poema
siempre, ese vasto territorio de las sombras y su luminosidad. Busco, allí, en
cada rincón del aliento, de la madera, de los clavos, de los alfileres, de los
patíbulos, de los platos, guacales, cornisas, el cielo de las bóvedas a media
tarde, mañana o noche. Alguien me escucha, lo ignoro. Salvo el poema, no la
moldura, sino el río de adentro y sus abisales teoremas. Nunca se dónde estoy.
Tampoco hacia dónde vamos con este emporio de saliva y hedores. Me imagino que
siempre es tarde para mi calma. En la deshora del poema están escritas las
lápidas del tiempo, los cipreses nauseabundos de mi escritura, las aguas de
Heráclito azuzando mis sentidos. Escribo desde las paredes de mi infancia: es
decir, la escritura como memoria, los tiempos idos y venidos de la vivencia
cotidiana. Platico con las calles. Platico con mis engaños y los ajenos.
Olvidos y delirios forman mi escritura. Rezo por el eterno espíritu del poema.
Es Lázaro el eco del escombro, el polvillo nocturno de la carne, las bocas que
me amanecen en la siega. Nunca sé la hora en el fósil de mis poemas: “Descendemos
hasta la soledad redonda de una lágrima, la sombra del pájaro/ se hace
transparente, como la luz que oscila obsesa y en sigilo./ Estalla todo el
despojo y envuelve el horror de las exclamaciones./ Alguien nos corta la risa
con sus letales manos./ Me hundo en esos pedazos que atraviesa el ahogo: los
equívocos, la madera/ inacabada, los explosivos tetelques que uno encuentra en
los epílogos./ El poema, después de todo, constituye mi propio sarcófago./
Total es el mismo terror de todos los días, Dios ahí, muriendo/ en su propia eternidad junto al hombre, junto
al rufián que predica los desiertos.” En los dientes de mis poemas también
subyacen mis agonías. Pienso en todos los infiernos posibles; hago visibles mis
propias hogueras en medio de un círculo de lodosa sal. Escribo, desde luego, a
partir de una infinidad de presentimientos. En el fondo resulta así: el grito,
el cuerpo, las bragas del alfabeto, la trinidad sin cansancios sobre mi mesa. Luego
viene cierto sosiego, la tortuga voraz en el tórax, las colillas inmóviles de
la tristeza, el infinito y sus dramatismos. Un poema suele tener gusto a ala y
a trenes. Así viajo en su íntima metalurgia, en sus brazos de solitario cuerpo,
en su ombligo de cántaro, en su escritura de pájaro. Existo en la medida del
poema, muero y convalezco. El poema es la pulpa de mis sueños: la placenta de
mis sueños, la agonía descubierta en su juego de contrarios, el tendero de
tinta del misterio. Dejo para después la armadura, pues jamás respondo a los
agravios, a la insania y al sonido silencioso de la mueca. En medio del temblor
de ojos, el sentimiento primordial del poema; el poema constituye la fuerza de
la realidad, la vivencia de todo lo perdido. Las calles pavimentadas están
ligeras de equipaje como el asombro de las mitologías primordiales. Mi mundo
existe desde esa interioridad y no suplanto nada ni a nadie, sino que asiento mi condición de
drama. Supongo que la desmesura lo lleva a uno por territorios insospechados:
el mundo es demasiado para ignorarlo, aun vislumbrando todo el despojo. He
soportado día a día el sabor de las ausencias; quedo a merced de los parajes
indisolubles del lenguaje, a ese milagro de entrar a los absolutos de la
realidad. A veces me da por gritar desde el cofrecito de mis intemperies, ese
lugar ciego y punzante de los hocicos y roedores de la muerte. En la
turbulencia de mis ojos, una lágrima solamente, un puñado de pérdidas: mis
sueños amortajados en el silencio.
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