Imagen cogida de la red
MOVIMIENTOS
INVERSOS
La luz de seguro debe ser la paja en el
ojo ajeno. El cielo, la rama escarpada
de las indolencias. ¿A quién fía uno
los espejos hechos añicos, a quién Midas
revela sus pedernales, los roedores de
los cuentos de hadas?
La hostilidad no es extraña para oídos
toscos.
Bajo la penumbra amenazante de las
piedras, las hojas calcinadas, nudos
de hogueras muerden las sombras del
arco iris, todas esas formas
del movimiento del ocaso, toda la
intensidad avivada de medianoche.
A menudo los imposibles cambian para
convertirse en escharcha, caldean
sus embates climáticos, beben la sed
del lecho hasta escarpar el suburbio.
En los anillos arbóreos de los
maniquíes, los sótanos profundos del búho,
y el gris sobrio de las paredes. Y lo
vulgar que tienen los entonces.
Hoy en día se puede alquilar la
sobriedad sin ninguna timidez. Se le puede colocar
techo a la tozudez, quitarle
el musgo a la mala fe de los golpes.
Uno puede hacer que fluyan los estribos
de las encrucijadas, los decoros
del tráfico, quizá los nombres de los
pescuezos subyugados.
Nada es extraño frente a los cascos del
azar. El movimiento es el mismo
a pesar de todo: la fábula, las tijeras, el
muro de contención de los sentidos.
Toda rosa en mis manos acaba por romper
mi olfato. ¿Qué rescato del amarillo
de los eclipses, de los crujidos de la
poesía? Quizá nada.
Sobre este espasmo de miradas no pasa
absolutamente nada. Cortejan
los cuchillos su afilado aliento; aterran
los objetos en plena oscuridad.
Ninguna excusa puede justificar los
desastres de la memoria, ni embellecer
con remedos la boca, ni dramatizar todo
lo hostil que posee la miseria.
Barataria, 2016
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