miércoles, 18 de enero de 2017

…“AUNQUE LA VIDA SEA MORTALMENTE INTOLERABLE”

Imagen cogida de la red





…“AUNQUE LA VIDA SEA MORTALMENTE INTOLERABLE”




Están seguros de padecer tanto como una mujer estrangulada
en el momento en que ella sabe que todo ha terminado y desea acabar
Están seguros de que no valdría más ser
ser estrangulado si uno piensa en los cuchillos de las horas que se acercan
Desde hace tiempo vivo mi último minuto
La arena que mastico es la de una agonía invisible y perpetua
Las llamas que hago recortar de tiempo en tiempo por el peluquero
son las únicas en delatar el negro infierno interior que me habita
Como cuerpos privados de sepultura
los hombres se pasean por el jardín de mi mirada
Louis Aragon




Cada quien funda desde su horóscopo, el viaje adentro del país. Siempre estoy pensando en este país de tempestades. En este país de tornados ideológicos. En las palabras frenéticas de los caballos desbocados y la gran noche donde aúllan las oscuridades más bestiales. Uno no puede descorazonarse frente a los vestigios; cada quien tiene que desafiar diariamente la muerte, los brazos de sal del calendario, el hipo de azúcar colgando del ojo ciego, los silencios que nunca expiran en la garganta, el sismo de desaciertos casi como tsunami apocalíptico. Después de platicar con el poema, me quedan en la piel las avispas de las pestilencias; me queda, digamos, la herrumbre de los ahoras y las ofertas del futuro. Hasta cierto punto el poema es una voluntad, una voz desesperada y muy probablemente sin arrugas. Hacia el atril de mi país,  los tropezones cuadrados del júbilo y la lenta mazmorra de la sanguaza. Supongo que todo poema es despiadadamente amoroso, como una herida tiranizada por el fuego. Supongo que los espejos del país son demasiado líquidos para sostenerlos con los dientes. Pienso en lo terrible que resulta la sed en el poema. Sí, pienso en la violenta sed de los cementerios, en el vivero de las osamentas, en las ojeras fusionadas en los genitales, en las cópulas interrumpidas del despojo. Escavado el alfabeto, me quedo con las luciérnagas y el haz de peluquerías alrededor de mis ojos. “Hay delirios que debemos soportar bestialmente como el espectro / de los desaparecidos: el tiempo es otro adicto a las pesadillas y a la euforia/ ávida de los espejos. Todo es perverso a la hora de masticar el trópico. / Allí los sostenes yertos sobre la abertura de lo incontable. / A fin de cuentas, siempre debo soportar algunas apariciones de tumbas, / ciertos paraguas de féretros, el testamento con perennes jadeos. / Me conmueven los objetos perdidos dentro de la almohada, / la encogida de hombros cuando atardece, el pájaro rimado de la mueca. / En la frontera de la mollera, los golpes ineludibles. / Uno encuentra los absolutos sólo en el hedor, o en el resfrío, o la agonía. / Igual es horrible todo el aire de las sombrillas sin escarnio. / Las tonalidades de lo real contrastan con la esperanza.” He dicho ya, me parece, que mi poesía hay que entenderla (abordarse) desde este amor odio del sentido y del sinsentido de la país: allí están mis dudas y certidumbres, el absurdo en acción, mi mundo infinitamente singular, pero también de los demás: mi poema es la comunión con todo lo enumerado. No sé cómo quererlo u odiarlo siempre. Uno se encuentra con conciencias enredadas en el cieno, con ciertas bocas inmutables apoyándose en el granito. Hasta ahora siempre camino. Hasta ahora soy, aunque alrededor uno vaya abriendo las bisagras del aire, los centinelas de la lluvia, los dolores carentes de armadura. Aquí uno aprende a sepultar esperanzas: a robarle al cielo sus ramitas de incienso, a oler los velámenes de la niebla. Escribo para alcanzar los caracoles del viento; platico con el llanto y sus espectros, soy cliente de las distancias y los abismos. Sólo sé del barro de las palabras, ahora que lo recuerdo. En el almidón de saliva, se adhieren los fantasmas y se materializan las deshoras del país. Sí, se materializa el dolor. Este dolor perenne con sus goterones de sal. No tengo otra guarida que la del poema. En los vacíos plomizos de la desesperación, el declive de los desfiladeros, y la resina de los candelabros como un celaje. Entre un día y otro día no hay mayor diferencia, salvo las estadísticas de los ataúdes, las coronas de ciprés con su olor verde, las sombras colgadas de los hombros, las piedras estáticas de los amaestramientos. Cuando el sueño me venza, ya habré subido las escalinatas del misterio, o intentado morder la flama de la madrugada. Ahora estoy metido en la medianoche del poema tocando sus ingles y sus púas. Saldré después, mordiendo las palabras como chucho callejero. Hasta aquí, poeta, estas divagaciones…

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