Imagen cogida de la red
POLILLA
DEL DESQUICIO
Siempre me exasperan los pruritos de la
polilla, los caminos difíciles
de la fatiga, la alteración de las
mochetas frente a mis ojos,
las desencajadas precipitaciones de los
párpados.
En el desquicio de las cavilaciones,
los días negros golpean las lágrimas.
En el despertar confuso de la madera,
no hay norte que deshaga alambradas,
ni viento que llegue hasta las sienes
del asombro,
ni humanidad que soporte tanta puerta
cerrada en su soledad náufraga.
Yo siempre me inundo del deletreo de
los candiles, de la amarilla sombra
y tambaleante de la brea, de las
titánicas rodillas del grito
y sus coyunturas pegajosas.
En la mueca también se aprenden a
gesticular los agudos ojos de las sombras,
las coyunturas de las sombras, ese polvillo
que cabalga en las cosmogonías.
De cara a las manos o los pies, el
laberinto siempre presente entre nosotros,
o el delirio de animal esperando la
envestida.
El sobresalto me recuerda, cada una de
las huidas y los abandonos.
¿Quién puede quitarse la ceniza de la
frente? ¿Quién sale ileso de la noche?
¿Quién deshace la breña de la
hostilidad hasta socavar sus ramas?
¿Quién a voluntad muerde los bejucos
del asombro?
Cuando todos los nudos de afuera se
deshagan, las manos acudirán
a la incandescencia y a ese juego de
severos desabores.
En adelante, haré que la embriaguez sea
indistinguible. Un pez sentado
sobre el delirio de las mandíbulas
desbordadas de los agujeros…
Barataria, 06.XI.2016
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