Imagen cogida de la red
REMOTO
HORIZONTE
Sofocadas las bisagras del tiempo, nos queda sin duda, la
tenacidad del granito,
y sus largas columnas de puertas.
¿Cuánto verdor se apaga en nuestras pupilas? ¿Cuánta luz
oscurece en el ala?
En el promontorio del oleaje, las alambradas como lengua de
acantilados,
como charcos de difuntos abrigos y comensales.
Todo el horizonte aglutinado en el asilo hecho añicos de mis
sienes.
Nada está próximo, ni siquiera las paredes cuyos ataúdes me
han velado.
Sobre el esqueleto del camino, los dominios amarillos de la
mueca, o el óxido
del búho, tras la exhalación de rincones de la embriaguez.
En los oscuros ámbitos del umbral, la prisa repartida de las
palpitaciones,
y esta terca manía de golpear los retumbos y sacudirle las
hojas al infinito.
—Ahora es como querer poner las manos
sobre la corrosión.
Sí, juntar los cuatro brazos del vacío y expirar en los
tambores de la duda.
(La
realidad acaba por ser otra cosa. Nunca son livianas las estatuas
en las
rodillas. Ignoro si hoy es más sencillo saltar sobre los lugares del fracaso,
o regresar a
la mueca para armar otra comedia.
Uno puede
hablar de todos los jadeos pronominales sin aspavientos;
Quizá darle
coherencia a los esfínteres y a esa larga letanía de desgracias.
Jamás he
podido entender la boca afilada de los ecos, el estado febril, múltiple,
de todas
las estampidas del arrebato.)
Ante lo distante ya del más alto calor del aliento, cabe
entonces, abrir
la ventana sólo para que no muera el olfato, ni el tiempo.
Barataria, 28.XI.2016
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