miércoles, 25 de enero de 2017

REMOTO HORIZONTE

Imagen cogida de la red





REMOTO HORIZONTE




Sofocadas las bisagras del tiempo, nos queda sin duda, la tenacidad del granito,
y sus largas columnas de puertas.
¿Cuánto verdor se apaga en nuestras pupilas? ¿Cuánta luz oscurece en el ala?
En el promontorio del oleaje, las alambradas como lengua de acantilados,
como charcos de difuntos abrigos y comensales.

Todo el horizonte aglutinado en el asilo hecho añicos de mis sienes.
Nada está próximo, ni siquiera las paredes cuyos ataúdes me han velado.

Sobre el esqueleto del camino, los dominios amarillos de la mueca, o el óxido
del búho, tras la exhalación de rincones de la embriaguez.
En los oscuros ámbitos del umbral, la prisa repartida de las palpitaciones,
y esta terca manía de golpear los retumbos y sacudirle las hojas al infinito.
Ahora es como querer poner las manos sobre la corrosión.

Sí, juntar los cuatro brazos del vacío y expirar en los tambores de la duda.

(La realidad acaba por ser otra cosa. Nunca son livianas las estatuas
en las rodillas. Ignoro si hoy es más sencillo saltar sobre los lugares del fracaso,
o regresar a la mueca para armar otra comedia.
Uno puede hablar de todos los jadeos pronominales sin aspavientos;
Quizá darle coherencia a los esfínteres y a esa larga letanía de desgracias.
Jamás he podido entender la boca afilada de los ecos, el estado febril, múltiple,
de todas las estampidas del arrebato.)

Ante lo distante ya del más alto calor del aliento, cabe entonces, abrir
la ventana sólo para que no muera el olfato, ni el tiempo.
Barataria, 28.XI.2016

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