Imagen cogida de Pinterest.
ANILLOS DEL HUMO
En las
sombras encaramadas en las sienes, el matorral y los sótanos negros
del
humo, los élitros gastados en la lengua de polvo
de los
sombreros colgados de los armarios como pacíficos guijarros.
Con
frecuencia uno se reduce a lápida mortuoria, a ese mudo hueco que dejan
los
gritos a flor de piel, a esa oscuridad que hurga en el poyetón de los ojos.
Nos
sacuden las fisuras que producen los martillos en las paredes.
El país
ha aprendido a hacerle costuras a las sombras, a morder la corteza
del
óxido, y a asomarse entre huesos a las quemaduras.
Uno va
indagando entre las tantas arqueologías de las telarañas.
En el
humo encorvado de lo improbable, las austeras inclinaciones
de la
descomposición, y los pequeños caminos que levanta el follaje de cipreses.
Sobre
el pavimento las grietas mudas de los ojos.
Oigo el
fuego y enmudezco de ojos: la calle nos consume con su deriva;
después,
ni siquiera he podido recuperar todos los cadáveres, las nostalgias,
ni una
sola piel de todas las que poblaron mi tugurio.
Uno es,
después de todo, las tantas formas en que se enrolla el hilo del tiempo,
el
anillo de humo enrollado en las pupilas como lo haría el búho
con la
niebla difusa de las anguilas.
En
suma, se vacían aquí todos los murmullos. Tal vez mañana sea diferente
la
geografía y, la conciencia, tenga los contrapesos necesarios.
El
hastío nos ata al punto de llevarnos al límite hasta de lo más diminuto.
Barataria,
06.XII.2016
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