Imagen cogida de la red
PLENITUD INACABADA
No hay vino más ebrio que el secreto
No hay mayor maravilla que la de saberlo no compartido
Y aquel que hace morir su vida tras
Su víspera sin remordimiento con consciencia plena
Yo te envidio asesino hermano mío de sangre
Por todo este tiempo mudo reviviendo tu crimen
Por ese refugio en ti de escarlata y de gritos
Ahogados
Por ese teatro palpitante en que toda casa se transforma
si tú
En ella te encierras
Louis Aragón
Todo
es extraño: la realidad que no es la realidad aunque se nos presente como tal.
No es real el sendero que tomamos para caminar por los ríos líquidos de la
historia. No es real, por cierto, el trajín en el cual nos vemos envueltos en
el día a día. No lo son los pensamientos que emanan de esa cotidianidad cuando
la misma está contaminada de posturas, imposturas, muecas y simulaciones. Salvo
la voluntad del inconsciente todo es dudoso. ¿Quién se fía de quién? ¿A quién
creerle? Ante cada situación, nos
encontramos con el ladrillo, la pared, o el muro y, a veces, ese muro es toda
potestad la potestad que nos sostiene del poder omnímodo. Aquí no funciona la
omnisciencia, si acaso el yo inmerso en la genuflexión. Sólo soy mínimamente
libre cuando escribo, cuando le sonrío a los gusanos del ombligo, cuando del
golpe hago mis propias deducciones. En la profundidad viscosa de las escaleras
no se ve el infinito de una lágrima, ni la felicidad, ni la costra que recubre
los incisivos, ni las consignas patrióticas que atraviesan el pecho. Siempre
estamos crecidos de alfileres y hedores. Nunca los pies y las manos nos
alcanzan para tocar el mundo. Siempre hay distancias más densas que las sombras
y las osamentas, éstas se han erigido como templos, como basílicas de
felicidad, lo cual tampoco es real. Siempre es extraño reír en medio de la
zarza, abrir las aldabas de alguna lencería, darle golpecitos a la neblina,
escribir de rodillas en los capiteles de unos senos núbiles, acariciar la
mansedumbre del cierzo, atisbar el peligro en cada ronquido de tísico de los
trenes, comer hasta morir de palabras. Siempre río a las pijamas irreales.
Sufro duplicando mi sombra de demencias. Me afeito de bostezos, allí, donde el
pódium, el atril, quieren urdir otros desatinos, no menos irreales que los
deudos con chaleco antibalas. Es enorme la barriga de los sueños y todos los
peldaños que hay que subir hasta llegar al ojo, o a ciertos esqueletos que
cuelgan de las pestañas. Pareciera que todo está encallado. Salvo los guantes
aglutinados del yugo. El drama de hoy será el de mañana: rehusarse a darle vida
a la escena y a toda una maquinaria. Hay necesidad de endemoniarse. De
desconocer el cáliz a la hora de las alianzas, de decir: do re mi fa so
la…Igual, hay que caminar a la inversa para encontrar el camino. Hay necesidad
de leer los pésames que dejan los huecos, la sed de la edad, el enceguecido
réptil de las pulsiones hasta ya no sentir nostalgia por los orgasmos. Hay que
subrayar las gotas de saliva retorcidas que quedan en el aire, los dispositivos
para validar los sepulcros. Lo real, siempre es el barniz y no lo que está
detrás de él. Lo real es jugar a lo real, desde la bestialidad hasta que la
nostalgia se convierta en vértigo. Lo único real e importante es escribir las
menudencias de este mundo: pensar el edén sin solapas, aspirar por Dios, a la
amnesia y desacralizar la propia escritura. Así de real es todo. Uno enmudece
en la taberna de la eucaristía. Uno enmudece de ceniza haciendo alarde de la
flama. ¿Huye el cuerpo de los pensamientos, o los pensamientos son los que se engusanan
en una tarjeta postal? —Usted puede
decir cualquier cosa, por ejemplo que estoy loco. Lo horrible no tiene nada que
ver con los embudos, ni con los murciélagos. Hay allí una melodía de
tragaluces, un sol de granito, un rincón paralítico de humedades, una
embriaguez de ruiditos del tamaño de los dedos del crepúsculo. De todos los
encallamientos, prefiero la fealdad de las murmuraciones, quizá cerrarle los
ojos a las vestimentas, atrapar con mis manos toda la gruta de los desasosiegos
hasta reclamarle al espejo su cobardía. Inmóvil de horas, me quedo en una
migaja de renacuajos, a golpe de sonambulismo. Alguien estará queriendo huir de
sus cansancios, dejemos que el tiempo nos alcance con su gran silencio de tosca
modorra…
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