André Cruchaga
EXTRAÑAMIENTOS
(MONÓLOGO)
La lámpara a
quien el texto de la luz ha enloquecido
ella habla de
las cenizas ella habla del alba cristalizada por el ave
ella fermenta
el amor el ojo de su espejo
el mismo amor
no sabría hablar de sus mujeres con un menor
número de
besos
yo no sabría
decir mi porvenir con un menor número de astros
entrecortados
cuando tú
vienes numerosa para crear la unidad de mi misterio
Braulio
Arenas
Uno no puede simular
paraísos donde hay cotidianidades torvas. Tampoco cuando se habla de sombras
uno está refiriéndose a situaciones lúgubres.
Apreciaciones incorrectas desde luego. Existen sombras benignas como los
destellos de otra piel en el pecho de uno; de los nombres oscuros que se cuide
mi boca. Los conceptos o sea las palabras nunca tienen en exclusivo un
significado lineal; a veces, es necesario buscar en el entramado del poema, sus
calas, sus inherencias, sus contextualizaciones. Cuando escribo hablo con mis
grillos, con el dialecto de las manos, con el sonido de los martillos: oigo voces
de muertos que los desclavan de sus féretros. Son otros, por tanto, los que —si así la vida quiere—, desentrañarán mi expresión, el
verso libre de mi aliento, la naturaleza de mis sombras y el espejo que me habla desde su música
transparente. Cada palabra me lleva por diversos laberintos que de seguro
potencian mi angustia. Una angustia que en modo alguno la concibo como
ridiculez de mi parte, o mera pose. Tras la gimnasia del alfabeto, sucede que
hay una especie de extrañamiento hacia el mundo; la claridad se materializa en
los diversos chispazos del candil. “Nos
sacuden las fisuras que producen los martillos en las paredes./ El país ha
aprendido a hacerle costuras a las sombras, a morder la corteza / del óxido, y
a asomarse entre huesos a las quemaduras./ Uno va indagando entre las tantas
arqueologías de las telarañas./ En el humo encorvado de lo improbable, las
austeras inclinaciones/ de la descomposición, y los pequeños caminos que
levanta el follaje de cipreses./ Sobre el pavimento las grietas mudas de los
ojos./ Oigo el fuego y enmudezco de ojos: la calle nos consume con su deriva;/ después,
ni siquiera he podido recuperar todos los cadáveres, las nostalgias,/ ni una
sola piel de todas las que poblaron mi tugurio./ Uno es, después de todo, las
tantas formas en que se enrolla el hilo del tiempo,”… Entre el mundo y yo, por
supuesto, que existen vaguedades, lejanías huidizas, cascajos y húmedos gritos.
Siempre una escritura convoca un destino y humos y vapores y vómitos. No hay
dudas en el taller de mis ojos, ni en los rincones de mi aliento, ni entre los
ataúdes y lo siniestro. Hay hoy en día, un sinnúmero de confusiones y
carencias: uno crea advirtiendo todo eso. Al menos mi misión, —subrayo—, es materializar el mundo en el
poema. Quizá mi mundo para evitar
excesos. La realidad está hecha de fermentos y es una constante que irrumpe en
la conciencia. Por eso asumo el granito tal cual su naturaleza, precedo de
idearios no tanto transicionales sino de polaridades. Así he logrado formar
cierto equilibrio, a esas realidades prexistentes. Me rebelo desde el fondo, no
de apariencias y escribo porque para mí, es una manera de resistencia, de
constructiva libertad. Escribo, además, frente a los fogonazos de los
anfiteatros, de las idolatrías. Siempre estoy haciendo mis garabatos entre
balbuceos genuinos y eructos deleznables. Me reúno con el olvido y sus
callejones, siempre tengo esa sensación extraña de la risa simulada. Escribo
desde toda irracionalidad posible, porque el día y la noche son eso:
irracionalidad pura. Nada es visible aunque lo parezca; mi alma es de brasa,
como lo derivado de la madera perpetua. En alguna parte de mi escritura
probablemente sólo haya sueños. No es una afirmación rotunda, sino esa
identidad con los jardines del aire, con el sonido sordo de los trompos, con el
tañido del barrilete apresurado. Las palabras son tristes cuando no tienden sus
brazos a la infancia; las palabras son alegres cuando nos llevan lejos como los
trenes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario