lunes, 2 de enero de 2017

EXTRAÑAMIENTOS (MONÓLOGO)

André Cruchaga





EXTRAÑAMIENTOS
(MONÓLOGO)


La lámpara a quien el texto de la luz ha enloquecido
ella habla de las cenizas ella habla del alba cristalizada por el ave
ella fermenta el amor el ojo de su espejo
el mismo amor no sabría hablar de sus mujeres con un menor
número de besos
yo no sabría decir mi porvenir con un menor número de astros
entrecortados
cuando tú vienes numerosa para crear la unidad de mi misterio
Braulio Arenas




Uno no puede simular paraísos donde hay cotidianidades torvas. Tampoco cuando se habla de sombras uno está refiriéndose a situaciones lúgubres.  Apreciaciones incorrectas desde luego. Existen sombras benignas como los destellos de otra piel en el pecho de uno; de los nombres oscuros que se cuide mi boca. Los conceptos o sea las palabras nunca tienen en exclusivo un significado lineal; a veces, es necesario buscar en el entramado del poema, sus calas, sus inherencias, sus contextualizaciones. Cuando escribo hablo con mis grillos, con el dialecto de las manos, con el sonido de los martillos: oigo voces de muertos que los desclavan de sus féretros. Son otros, por tanto, los que si así la vida quiere, desentrañarán mi expresión, el verso libre de mi aliento, la naturaleza de mis sombras y el  espejo que me habla desde su música transparente. Cada palabra me lleva por diversos laberintos que de seguro potencian mi angustia. Una angustia que en modo alguno la concibo como ridiculez de mi parte, o mera pose. Tras la gimnasia del alfabeto, sucede que hay una especie de extrañamiento hacia el mundo; la claridad se materializa en los diversos chispazos del candil.  “Nos sacuden las fisuras que producen los martillos en las paredes./ El país ha aprendido a hacerle costuras a las sombras, a morder la corteza / del óxido, y a asomarse entre huesos a las quemaduras./ Uno va indagando entre las tantas arqueologías de las telarañas./ En el humo encorvado de lo improbable, las austeras inclinaciones/ de la descomposición, y los pequeños caminos que levanta el follaje de cipreses./ Sobre el pavimento las grietas mudas de los ojos./ Oigo el fuego y enmudezco de ojos: la calle nos consume con su deriva;/ después, ni siquiera he podido recuperar todos los cadáveres, las nostalgias,/ ni una sola piel de todas las que poblaron mi tugurio./ Uno es, después de todo, las tantas formas en que se enrolla el hilo del tiempo,”… Entre el mundo y yo, por supuesto, que existen vaguedades, lejanías huidizas, cascajos y húmedos gritos. Siempre una escritura convoca un destino y humos y vapores y vómitos. No hay dudas en el taller de mis ojos, ni en los rincones de mi aliento, ni entre los ataúdes y lo siniestro. Hay hoy en día, un sinnúmero de confusiones y carencias: uno crea advirtiendo todo eso. Al menos mi misión, subrayo, es materializar el mundo en el poema.  Quizá mi mundo para evitar excesos. La realidad está hecha de fermentos y es una constante que irrumpe en la conciencia. Por eso asumo el granito tal cual su naturaleza, precedo de idearios no tanto transicionales sino de polaridades. Así he logrado formar cierto equilibrio, a esas realidades prexistentes. Me rebelo desde el fondo, no de apariencias y escribo porque para mí, es una manera de resistencia, de constructiva libertad. Escribo, además, frente a los fogonazos de los anfiteatros, de las idolatrías. Siempre estoy haciendo mis garabatos entre balbuceos genuinos y eructos deleznables. Me reúno con el olvido y sus callejones, siempre tengo esa sensación extraña de la risa simulada. Escribo desde toda irracionalidad posible, porque el día y la noche son eso: irracionalidad pura. Nada es visible aunque lo parezca; mi alma es de brasa, como lo derivado de la madera perpetua. En alguna parte de mi escritura probablemente sólo haya sueños. No es una afirmación rotunda, sino esa identidad con los jardines del aire, con el sonido sordo de los trompos, con el tañido del barrilete apresurado. Las palabras son tristes cuando no tienden sus brazos a la infancia; las palabras son alegres cuando nos llevan lejos como los trenes. 

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