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SUEÑOS
Me llama la
sangre.
La sangre de los días de éxtasis, más acompasada que la mar.
La sangre que no olvida jamás y que me invade con su color terrible.
Que este inútil viaje de los ojos termine pronto!
La sangre de los días de éxtasis, más acompasada que la mar.
La sangre que no olvida jamás y que me invade con su color terrible.
Que este inútil viaje de los ojos termine pronto!
Alfredo
Gangotena
Sujetos
dolientes a veces en el aliento de su brida:
están
ahí como el aire con su propósito firme,
así
el vivir vierte las aguas de su río
—conversan
de lo que vendrá
o,
simplemente anuncian esa historia del corazón
que
habla de fríos.
Sobre
la vida hay antiguas voces o caminos
que
nuca conducirán a ninguna parte
—así
está escrito
en
la buena costumbre de la esperanza que de repente,
tampoco
es
un camino a andar,
sino
una vereda desandada por el bosque
de
los pies.
El
sueño es distinto cada día en las palabras.
Distinto
todo:
la
ilusión se queda temprano en la garganta
—no
dura una mañana
por
más que camine y le gane al tedio y la tristeza su lluvia
y
sus manos de tierra.
El
viento se lleva las raíces con su música.
Lo
acompañan ocultos destinos
—leñadores
de una tierra migratoria,
espejos
cambiando
los
meses en la penumbra de la semana
—en
la necesaria sombra
que
ocupa los pasos.
Mañana
estarán abiertas las cartas,
la
luz del día envejecido,
la
hora sigilosa de las vísceras colgando quizás
de
la memoria o las ventanas.
Los
sueños son la mitad de la noche
en
el camino
o
tal vez la historia de este caminar
sin
concluir su cataclismo.
Esta
brasa ronda el abismo:
la
historia personal es como la memoria
en
el madero
—el
ruido de la luz sangra en el abismo de la brasa.
Escrito
está el fuego y el invierno en los poros.
(De
las alambradas prende el sudor,
cuelgan
los pañuelos de la muerte, los rincones y el crimen.)
El
libro de la lluvia o la mano palpitante de la casa de mi infancia:
están
ahí los frágiles años del recuerdo,
la
calle de la memoria,
con
sus solas ventanas y mi afán obseso de soñar el sueño
y
el destino
en
las palabras.
Te
miro y me miras, Vida, al alzarte sobre tardes imprevistas.
—Te
miro y me miras en alguna rareza maternal de libros
que
cautivan el muro cerrado de los ojos,
el
puñado de rostros en la respiración.
Por
un instante la ceniza borra el papel amarillo de las palabras:
pronto
al doblar una calle uno piensa en el hampa
—habitaciones,
sombras, cuerpos,
que
escuchan nuestros pasos,
niños
con los dedos fríos
o
cabezas que nacieron
para
la impaciencia con una ya larga fatiga en el rostro.
Para
atravesar del calendario de todos los días,
cierro
mis manos:
Tantos
ojos que he perdido en la escritura
de
los tiempos verbales.
Nunca
concluí viajes ni he llegado a puertos,
sólo
he logrado la herrumbre
de
las mudanzas,
los
rostros triviales de las sílabas,
las
manos borrosas
de
las palabras en el tiesto de los sentidos.
Tantos
ojos de escalofrío
en
mis aguas:
los
sueños no son más inocentes que el sabor de los jardines,
ni
la luz es más diáfana que el vaso de la noche,
ni
la piedra es más silenciosa
a
la voz de los pájaros cuando éstos picotean puertas cerradas.
Tantos
ojos que me cansé de mirar el mantel de los adioses,
la
sonrisa dibujada
en
los periódicos y la siempre gastada piedad
como
un juguete desoído.
Tantos
ojos mientras la noche con sus brazos juega secretamente
para
detenerse en mis pies de ave nocturna:
—o
mejor, rama
en
la inclemencia sin puertas ni ventanas…
Algún
sueño será pretexto para derriban celdas.
Auque
los sueños
no
se bañan en las mismas aguas todos los días.
Al
final, sólo aspiro,
a
esa imposible alegría de la ropa y a que el viento deshaga
esta
silla de espera donde están los pelos de punta.
Al
final, es el espejo de los sueños
donde
el sol hiende el rostro de la ceniza.
Mientras
el azogue del polen empuja las alas
hasta
que los relojes laten en los párpados como el horizonte.
Barataria, 09.XII.2008
Del libro “CUERPO DE POSTRIMERÍAS”,
2008 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga
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