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PALABRAS EN LA
VENTANA
El
aire respira en el girasol de los pájaros
—ahí
donde las hojas
no
tienen límite en los relojes,
ni
cansancio:
el
horizonte en las manos y en los párpados esta tierra
hundida
en el azogue de míseras bocas
—las
proclamas asustan
el
vaivén de las sangre
y
desvelan el pecho y las parcelas de la carne.
No
hay manos que desnuden catedrales verdes,
ni
aperos para mitigar
el
frío que acampa en los poros
—no
hay manos cuya faena
abra
surcos y el grano inaugure trinos o simplemente acertijos
donde
el alba, —llegada— salte de alegría.
Mientras
me arropa tu risa caliente en mis ojos,
el
ventanal me deja
ver
tu cabellera oscura en el silencio de mi sueño.
—aro
en mi nómada
oficio
de párpados,
las
palabras son esa ventana que abre tu cara;
las
ventanas,
el
cierzo de tu cuello fundando mi alimento.
En
tu cuerpo vuelo guitarras de cielo
—ese
que en pie está herido:
polen
de un navío intenso, forma de la hoguera
en
mi arquitectura, océano en mi pecho:
—agua
redonda en mis palabras.
Tus
brazos en el litoral de la ventana,
la
boca donde se hace
el
invierno
y
luego baja al arroyo de la espiga del olfato.
Desde
esa ventana que siempre nos ve,
miramos
el bosque,
los
párpados deletrean zapatos,
el
olor de la piel trashumante
sube
a los pañuelos del cielo
y
gira como un trompo en la saliva.
Ahora
las palabras son espejos plurales,
espejos
y agua,
aquí
donde de pronto nos volvemos figuras al óleo.
Sin
ninguna duda la lluvia aviva nuestros recuerdos.
(Cada vez se mojan las
esquinas de mi aliento
Y el andar de mi
memoria.)
La
lluvia en los pinos,
el
río en los cedros
o
los bancos en las raíces de los eucaliptos.
Aquí
donde el ojo amanece en tu montaña y la sal no hiere
ni
violenta el hambre que entumece al mundo.
Nuestra
sed no tiene duelos,
ni
es fauna para museos.
(Aunque la metamorfosis
de la cama tenga otra empuñadura,
Y los párpados se gasten
en las vidrieras.)
Nosotros
hemos sido parte de esa migración de sombras:
la
guerra quemó el aire de nuestros ojos;
después
la paz que nunca vino,
después
los repetidos vaivenes del mercado global,
después,
aquí, —vos y yo—
queriendo
entender el júbilo entre ecos
y
lugares de desplazados
—espigas
ahogadas en sombras,
atroz
verdad
que
derriba muros y no hace más diáfana la palabra.
No
sé si un día rompimos las cadenas de los himnos
—¿Nacimos?
Llueve
todavía en nuestros costados:
esa
lluvia con sol sobre las piedras.
(El fuego convulsiona en
las pulsaciones enrejadas.)
El
tiempo nos ha hecho vivir el olvido de las palabras
o
la página en blanco en las calles.
De
tanto olvido, el olvido
se
ha vuelto esa memoria habitada en mis sábanas.
—Esa
memoria
que
hoy me mira en la ventana
como
un cuaderno tembloroso de la infancia.
De
tanto caminar y mirar caras en las calles
y
parques,
sólo
veo
bullir
tus ojos en la luz tibia de mis pupilas.
—ojos
y pupilas inexpugnables
en
un tiempo donde prevalece
el entertainment al
estilo hollywoodense.
No
somos digo —vos y yo— ese tiempo, ni los efectos
de Kingdom
of Heaven.
Somos
en esta historia,
más
la sal de Job, que cualquier día transitorio:
en
la transparencia del sol habla tu cuerpo
—luz
sonora en el tacto
de
mis palabras donde el fruto se hace visible en mis poros:
luz
en mi garganta como otro cielo en mi ventana…
—Así,
sencillamente,
luz
ascendiendo sin vestido a mi cuerpo.
Barataria, 10.XII.2008
Del libro “CUERPO DE POSTRIMERÍAS”,
2008 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga
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