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FE DE ERRATAS
Con su gran
ojo, el sol
no ve lo que yo veo.
no ve lo que yo veo.
John Keats
El
Paraíso está lleno de espinas:
todos
los aderezos se han tornado humo;
sudan
los caballos en el trote del ojo,
rechinan
las costillas
en
el aparejo torcido de la historia.
En
el camino,
las
moscas
sirven
de pestañas,
alguien
parpadea en las verrugas las notas
solemnes
de nuestro Himno,
las
hormigas subiendo al absurdo
de
la flor nacional,
mientras
los perros lamen la mano que los injuria.
De
todas maneras,
desde
el amanecer,
debo
dar cuenta
del
tiempo incurable de los sepias,
de
las axilas extrañas del día,
de
los odios suplicantes que respira
la
cobija de los desusos,
de
la doble cara existente en el vértice de las aceras,
de
la doble moral de la basura,
de
las sombras que nos invaden como una sábana
de
luces artificiales a la hora de dormir:
no
hay salud en el almanaque
de
los veleros,
sino
ese magma pintado de colores
a
punto de deshacer los cuadernos del aire,
el
blanco de fondo
de
los árboles;
debo
decir que la breña nos acosa con rizos clavados
en
el alma, con alfileres de espesos féretros.
—Debo
reconstruir todos los cementerios.
Quitarle
las pulgas al perro
huesudo
de la mala leche humana,
lavar
los escapularios,
con
el agua del altar mayor de las arañas.
Debo
abrir las esclusas de las antorchas,
que
huela el pecho a campana;
los
muelles, a un pájaro en el horizonte.
En
el almidón de los brebajes,
se
ve el pus del erario nacional.
(La imaginación ha perdido sus
jornadas intensas de árbol):
da
pavor el tizne en ramitas de ruda
y
la sombrilla de los muros;
debo
pensar que las arrugas,
son
sólo parte de los cipreses que mueren
y
no de toda la trementina derretida en los párpados.
(De hecho hay quienes viven con
camándula
y libros sagrados en mano
para mientras dan su más feroz
zarpazo;
mientras conquistan la gloria,
declaman versículos y salmos
y hasta profetizan, sobre el dolor
ajeno la ceniza.)
—Recogemos
los huesos de nuestros deudos entre las heces
y
la desidia,
en
un País lisiado con mediodías de abismo:
sargazos
basales
infectados por el aleteo del subsuelo.
Por
la brasa de la puerta.
Corrijo
la deshora,
antes
que el estío devore las anclas;
en
fosas comunes,
el
moho se torna un solo ruido engullido
por
la noche que nos silba como un espantapájaros,
como
un sudario
invisible
fundado por los crédulos de la breña.
Sin
duda la travesía hacia el invierno es larga;
y
en cambio nos asfixia
el
verano con su desmedida violencia de fetiches…
Del libro “CUADERNO DE SALT LAKE
CITY”, 2010 (Inédito) 170 pp
© André Cruchaga
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