jueves, 25 de enero de 2018

MEMORIA CONSUMADA

Fotografía: Andrei Tarkovsky





MEMORIA CONSUMADA




De súbito comprendo que ni ahora ni luego
arrancaré mi nombre al merecido olvido.
Gastón Baquero




La memoria nos devuelve lo que el tiempo se lleva.
Así,  lo perdido se recobra y sólo se quema lo inservible:
—eso que no abren pájaros ni incendian de cierzo las ventanas.
Entre los párpados,
el mundo se vuelve un diccionario de ecos;
en cada rótulos la palabra hace su oficio
—ahí los nombres no tienen garantías:
el polvo o el humo los vuelve dudosos y borrosos.
El viento excava palabras en la memoria
—las palabras gritan en el túnel
contemplativo de los rostros.
La memoria flamea como una bandera
sobre la hipnosis de las olas.
La sed por el mundo lee puertas,
dibuja caminos y silabea miradas:
el vaso del calendario moja la otredad del mundo
—la lengua de la historia, esa forma de lanzar proyectiles
en el agua, esa forma del agua,
honda en las sienes…

Sobre los rieles de la memoria saltan sinnúmero de grietas,
los golpes fúnebres del planeta,
barcos de sombras que nadie nombra.
En las noches los párpados abren la hipotenusa de los párpados;
las llaves son un señuelo para ver la luz en la frontera de los ciegos.
La memoria copia las palabras transitorias de la realidad
o el destiempo en un juego de naipes.
En el día las aceras besan disonancias de relámpagos,
los espejos del sueño
o la linterna que se apaga en el rostro más adusto.

Así aprendemos la sintaxis del aire y la métrica de las piedras.
(Así vaciamos los olvidos que nos vencen, las ramas
de silencio a orillas de la noche.)

Con estas lecciones
escribimos epitafios y lanzamos estrellas al césped.
En las guías de consumo se incluyen pequeños tips 
para catalogar los sueños
—con las manos invisibles del viento;
después  uno entra en el trance que modelan esos pensamientos:
—un mundo de marea y espuma, sin raíces,
en cada calle.

Con la memoria desenfundada uno cae en la cuenta
de los homicidios,
en los niños que se han perdido explorando formas,
techos,
manos,
fábulas de inexplicables viajes,
cónclaves vacíos de palabras,
cementerios cuyos círculos nos hacen morir sin redimirnos.

A veces la memoria toca la vida.
Lo que la carne olvidó,
ella lo desempolva.
Lo que la liturgia olvida en su hábito sagrado,
ella lo hace almohada,
y un presente de memoriosa sábana.
Lo que el presente hereda de los horarios,
ella lo vuelve humeante hoguera.
Y así el calendario en su flama,
se torna buganvilla. (O heridas en el desmayo del sollozo.)
A veces la memoria reconcilia los afluentes del destino:
en ese pozo del oficio de la vida;
el paisaje de uno queda tutelado
hasta ser habitado de nuevo por los pañuelos del anhelo.

Siendo así,
fuego vehemente,
me embarco a veces en su vela:
los vitrales del paisaje se vuelven proverbiales
—huerto resguardado
el aliento y, acaso, postigo del arcano.

La memoria, con todo y su bruma,
es de pronto una flor en el sueño.

Barataria, 02.XII.2008
Del libro “CUERPO DE POSTRIMERÍAS”, 2008 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga
Fotografía: Andrei Tarkovsky

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