Fotografía: Andrei Tarkovsky
MEMORIA CONSUMADA
De súbito
comprendo que ni ahora ni luego
arrancaré
mi nombre al merecido olvido.
Gastón
Baquero
La
memoria nos devuelve lo que el tiempo se lleva.
Así,
lo perdido se recobra y sólo se quema lo inservible:
—eso
que no abren pájaros ni incendian de cierzo las ventanas.
Entre
los párpados,
el
mundo se vuelve un diccionario de ecos;
en
cada rótulos la palabra hace su oficio
—ahí
los nombres no tienen garantías:
el
polvo o el humo los vuelve dudosos y borrosos.
El
viento excava palabras en la memoria
—las
palabras gritan en el túnel
contemplativo
de los rostros.
La
memoria flamea como una bandera
sobre
la hipnosis de las olas.
La
sed por el mundo lee puertas,
dibuja
caminos y silabea miradas:
el
vaso del calendario moja la otredad del mundo
—la
lengua de la historia, esa forma de lanzar proyectiles
en
el agua, esa forma del agua,
honda
en las sienes…
Sobre
los rieles de la memoria saltan sinnúmero de grietas,
los
golpes fúnebres del planeta,
barcos
de sombras que nadie nombra.
En
las noches los párpados abren la hipotenusa de los párpados;
las
llaves son un señuelo para ver la luz en la frontera de los ciegos.
La
memoria copia las palabras transitorias de la realidad
o
el destiempo en un juego de naipes.
En
el día las aceras besan disonancias de relámpagos,
los
espejos del sueño
o
la linterna que se apaga en el rostro más adusto.
Así
aprendemos la sintaxis del aire y la métrica de las piedras.
(Así vaciamos los olvidos que nos
vencen, las ramas
de silencio a orillas de la noche.)
Con
estas lecciones
escribimos
epitafios y lanzamos estrellas al césped.
…
En
las guías de consumo se incluyen pequeños tips
para
catalogar los sueños
—con
las manos invisibles del viento;
después
uno entra en el trance que modelan esos pensamientos:
—un
mundo de marea y espuma, sin raíces,
en
cada calle.
Con
la memoria desenfundada uno cae en la cuenta
de
los homicidios,
en
los niños que se han perdido explorando formas,
techos,
manos,
fábulas
de inexplicables viajes,
cónclaves
vacíos de palabras,
cementerios
cuyos círculos nos hacen morir sin redimirnos.
A
veces la memoria toca la vida.
Lo
que la carne olvidó,
ella
lo desempolva.
Lo
que la liturgia olvida en su hábito sagrado,
ella
lo hace almohada,
y
un presente de memoriosa sábana.
Lo
que el presente hereda de los horarios,
ella
lo vuelve humeante hoguera.
Y
así el calendario en su flama,
se
torna buganvilla. (O heridas en el
desmayo del sollozo.)
A
veces la memoria reconcilia los afluentes del destino:
en
ese pozo del oficio de la vida;
el
paisaje de uno queda tutelado
hasta
ser habitado de nuevo por los pañuelos del anhelo.
Siendo
así,
fuego
vehemente,
me
embarco a veces en su vela:
los
vitrales del paisaje se vuelven proverbiales
—huerto
resguardado
el
aliento y, acaso, postigo del arcano.
La
memoria, con todo y su bruma,
es
de pronto una flor en el sueño.
Barataria, 02.XII.2008
Del libro “CUERPO DE POSTRIMERÍAS”,
2008 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga
Fotografía: Andrei Tarkovsky
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