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LUGAR DEL FUEGO
Esta es la misma estación que descubrimos juntos,
a pesar de su rostro frente al fuego,
y de nuestras sombras movidas por la llamas.
Jorge Teillier
Por Jason
way o Richland Avenue camino sin traje
y
sin prendas fastuosas;
me
gustan las sombras de ciertas araucarias.
Y
el agua que brilla en el asfalto.
Las
autopistas se abren a mi parpadeo de visitante.
—Sombreros
de neblina cubren las sienes mías
y
las de ella, acostumbrada
ya
a ese trajín de las grandes urbes.
(Claro, aquí no es igual al paisaje
agreste de Lake Oswego,
Eugene o Salem:
La saliva de la niebla ondea en Rose
Garden;
en Jason way el calor quema la cara
y cuesta leer sin sombrilla.)
Caminamos
sobre andenes de nostalgia;
soñamos
la desnudez que nos desvela.
Nuestro
afán es de viajeros sin un itinerario preciso:
carecemos
de agenda,
tampoco
nos interesa el desplome de la bolsa de valores,
ni
los litigios geopolíticos de las grandes naciones.
Preferimos
hablar
de
cosas más sencillas:
de
nuestras caricias,
de
las ventanas
que
en sosiego nos permiten ver el horizonte…
(En sus manos dejo de ser errante.
En sus manos, digo, la orfandad mía
no triunfa
y la sangre en el pecho avanza ágil.)
Caminamos llenos de sol viendo
balcones celestes
—nos miramos alejados
de la presencia del reloj perdidos en
la porfía de cierta locura;
recordamos la celebración de la
aurora
en Catherine Everett Park o
el Garrison Park:
da igual para nuestras sienes llenas
de luz;
(con sus ojos en los míos me bastan
sólo dos.)
Ahora
no nos importan las fronteras si tenemos el deseo,
si
la voz viene
sin
herrajes por la calle prolongando nuestras puertas hasta el pecho.
En
su boca puedo encontrar un cielo jugoso de ventanas.
—Ese
nido
donde
mueren las ausencias
el
navío de la sed limpia los ojos.
Caminamos
por los alrededores de la University Avenue.
Recuerdo
las mañanas y noches de nieve en las calles de Beaverton:
un
frío intenso en la estación del ferrocarril o en los aparcaderos.
Parecía
una eternidad el ardor en la piel.
Un
miserable tiempo en el pecho.
Bajo
las ardillas fumaba y fumaba casi con desesperación;
entre
Marlboro
y
nieve transcurrían las lecciones diarias de artes liberales.
Ahora
hemos vuelto a recuperar las palpitaciones,
los
cuerpos dados,
a
ese sueño que nos vuelve sutil esfera,
en
medio de vulnerables
combustiones.
Con
todo eso la capacidad de los latidos aumenta.
Caminar
juntos nos permite no sentir el tiempo:
—Un
día lo haremos
por
las calles de La Habana y junto a las olas del mar Caribe
pondremos
nuestros pies desnudos
tal
como fueron siempre sin zapatos.
Otro
día lo haremos sobre la arena de Valparaíso,
teniendo
por espejo
esa
legión de barcos amarrados al Océano Pacífico…
Quizá
regresemos a los pájaros con nuestra piel ligera,
sin
que la fatiga
en
los ojos se haga evidente.
Quizá
aquélla luz, hoy sea luz abierta.
Por Jason
way o Richland Avenue caminamos sin más destino
que
esas calzadas de nuestro aliento.
Storm
lake quedó en el recuerdo,
la
calle Séneca
o
el rail road estation lamiendo rieles petrificados,
con
su trompa helada, con su impaciente nieve en las ventanas:
—ahora
la vida nuevamente nos enciende de pinos
y
nos besamos
con
las hojas verdes del cuerpo,
con
el fuego vívido de nuestra propia tierra.
Barataria, 23.XI.2008
Del libro “CUERPO DE POSTRIMERÍAS”, 2008 (Inédito) 120
pp
© André Cruchaga
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