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PROFECÍA DEL DESARRAIGO
En
las playas frenéticas del sueño deliran las aletas de los peces
como
pequeñas banderas donde la infancia hace acrobacias;
la
sal de la espuma borra continuamente las huellas en la arena
para
rehacer el día hecho con tantas noches de pavor y miedo.
Siempre
fue así
desde
el desarraigo genésico de los reinos antiguos
donde
los días transportaban palabras
o
profecías de cuanto las manos
o
los labios eran capaces de hacer alrededor del dolor:
la
idolatría ha sido el más grande oprobio y el menoscabo a la ley;
el
hombre acumula un corazón de hierro, maldice y,
en
ocasiones,
el
dolor se apodera de las circunstancias
hasta
sangrar en los oráculos
de
su propia boca, hasta hacer de la aridez su propia mueca.
Ahora
hay horrorizantes caminamos sobre páramos de ciudades
envejecidas,
vestidas, a menudo,
por
pastores de abandonados ejércitos,
por
prosperidades que sólo se hallan en los escondrijos,
de
veladas tierras y collados de maldad:
acaso
heredades de ira
donde
un viento abrasador de espinas sopla como una milicia.
Días
y noches llora la tierra destruida. (Las
nuevas esclavitudes
erigidas en el mundo.)
Días
y noches el lobo
extermina
con su pregón de sal el templo del alfabeto;
en
medio de las paredes,
se
plantan sombras de páramos y genocidios,
de
principio a fin la ignominia nos provoca con su reino de saliva,
no
porque así esté escrito como huesos indelebles,
no
porque seamos depositarios del estiércol y el sacrificio,
sino
porque nos acostumbramos
a
vivir junto a la rutina del terror.
Así
pues, vemos al país consumido por el saqueo;
dejamos
de trasmigrar hacia el bien,
dejamos
de conmovernos
frente
a la lágrima que dicta la herida abierta:
el
abandono al que nos somete el crimen y la apostasía.
Confusas
son las estatuas que nos hereda el dueño de la insensatez,
porque
no es con ídolos que se sacia el hambre y la vida,
sino
con la alianza continua de la leche y la miel,
con
el bien de la alianza para sacar de esta tierra al hacedor
del
despojo y usurpador de la esperanza…
Días
y noches aguardamos la suerte del olvido para que cese
la
sequedad de vivir en esta abatida esterilidad de siglos.
El
hambre consume toda paz verdadera a los ojos plenipotenciarios
del
planeta: un día sólo veremos cadáveres y peste alrededor
de
nuestras pupilas.
Así
se profetiza el reino venidero.
Ese
reino con raciones diarias de terror y mediodías
de
calcinante tribulación,
donde
no habrá fortaleza frente
al
pabilo mortecino,
ni
más espacio para el abandono y el vilipendio.
Aún
así, deshechos como una vasija de barro,
junto
a la roca,
seguiremos
cayendo hasta un amanecer insospechado…
Barataria, 26.IV.2008.
Del libro “INTIMIDAD DEL DESARRAIGO”,
2008 (Inédito) 130 pp
© André Cruchaga
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