Fotografía de André Cruchaga
SOUTH SNIDERVILLE BASIN
Un cuervo se posó en el
árbol que hay frente a mi ventana.
No era el cuervo de Ted Hughes, ni el cuervo de Galway.
Ni el de Frost, ni el de Pasternak, ni el cuervo de Lorca.
No era el cuervo de Ted Hughes, ni el cuervo de Galway.
Ni el de Frost, ni el de Pasternak, ni el cuervo de Lorca.
Raymond Carver
Por
las noches más tabaco que de costumbre,
las
tijeras del frio
rondando
las sabanas,
los
perros encabritados en el sótano de los armarios.
Algunos
odian esta nieve despiadada en las aceras
y
los aparcaderos:
odian
la saliva congelada en los grifos,
y
la desnudez de la desesperación.
En
el desierto, los colmillos de sal petrificada
muerden
los calcetines;
luego,
las ardillas monótonas del whisky empañado de espejos.
En
los pétalos de las rosas quemadas
son
incontables los suspiros:
—de
pronto uno se acostumbra a vivir con esta naturaleza muerta;
de
pronto veo la cumbre tenderse sobre mis sienes.
Desde
lo alto de las montañas las vísceras se hacen evidentes;
siempre
estas geografías se vuelven espejo
y
monedas en mi bolsillo.
Después
de la lluvia del vértigo de las góndolas,
retomo
la lectura:
ando
libros y postales asomándose a las estrellas,
no
sea que se me congele la memoria.
La
hoguera de la aurora se ha vuelto intocable,
aún
así, desvisto
el
pergamino del agua,
los
mails que me llegan de otras lejanías.
(Toca al poeta,
hacer un recuento de su aliento para
reinventar
la transfusión de la poesía.
Y qué mejor que convertirse uno en
peregrino
de otra respiración aunque sea sin
arcoíris.)
He
andado, también, en lo inhóspito:
el
desierto salado, los límites
de
la piedra y las minerías,
las
lámparas de los obreros,
las
semillas electrizadas de la geografía.
He
conversado con la cáscara blanca de la nieve regada
por
todas partes, —y ahí, he sentido que canta mi pecho,
los
caminos largos, transparentes, del infinito.
He
visto desfiladeros
atravesar
mi garganta,
morder
el cielo de los creyentes,
limpiar
los parabrisas,
sonreírle
a los zapatos y a los abrigos.
Así
he llenado mi cuaderno de notas como una aldea recién
fundada
en la palidez derramada de la harina.
Toca
al poeta, ver la sencillez y la complejidad de la vida:
—las
sonrisas se congelan en el rocío;
mientras
la guitarra de la Patria,
—la
de cada quien—, suena como
una
piel en la intemperie.
Corroe
como una vieja cicatriz
de
escarabajos, como las manos ateridas tocando la máscara
de
las arrugas y los retratos…
South Sniderville Basin, UTAH, diciembre de 2010
Del libro “CUADERNO DE SALT LAKE CITY”, 2010 (Inédito)
170 pp
© André Cruchaga (texto y fotografía)
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