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DENSIDAD
Sean los
labios/ húmedos de la tarde/
Reivindicación/
de la memoria.
Francisco
Basallote
En
nuestros cuerpos el tiempo ha grabado
reposadas
semillas de roble.
Vientos
ha habido, despojos, gozos;
necesitamos
limpiar los vidrios del invierno,
salir
de la oscuridad
para
luego entrar a la simultaneidad de los sueños…
Hemos
puesto cuerpo sobre cuerpo quitando los disfraces;
sólo
así es posible levitar benignamente
sobre
la pantalla de los poros,
sin
la ambigüedad de los ojos frente a los colores de un jardín
a
punto de convertirse silenciosa lectura.
Laten
los tambores
del
pecho con su propia vegetación de palabras:
secretas
palabras
en
el bosque de los sentidos como puertos recién inaugurados.
—Somos
viejos de pintar trenes en óleos azules:
campanas
de agua disuelven la piel;
mientras
el vegetal de las manos,
remansa
los labios en los planisferios de los ecos…
Cuando
se vive el tiempo se gana en recuerdos.
—La
memoria es así
siempre
que nos pensamos:
unánime
en su granito, —cierzo de cortinas
en
la luz de la certidumbre de las lámparas desnudas del azogue,
paraguas
de legible respiración.
Es
cierto que el tiempo se vuelve
un
posible de espadas y que las sombras invaden la respiración.
—¡Tanta
vida me das que no es posible la muerte! No,
[porque los muertos,
tienen
su propio fragor, solo saben crepitar desde su propio nicho.
(Ellos sólo conocen el delirio
delirante del basalto.)
De
qué otra manera puedo ver horizontes,
sino
en las palabras de cada mañana,
en
el rocío donde las palabras laten como ángeles,
o
en los ojos de las piedras partidas por un rayo.
Cuando
la memoria de dos se vuelve cielo estrellado,
no
se necesitan luces de bengala,
sólo
silencios y amaneceres del tamaño de los barcos
para
asistir al rito de la eternidad
—esa
que obediente es fiel
a
la gracia suprema del aire y al milagro de la lluvia.
El
recuerdo tiene en su alforja ese alimento de las alianzas.
(Esos trocitos de alucinación en las
bocas liberadas.)
De
otro modo no podrían abrirse las puertas de la epifanía,
ni
ser siempre tiempo presente
—mirarnos
de verdad dentro del arca de los vitrales,
atravesamos
sin fatiga los tragaluces
y
vencemos todo desvarío
hasta
alcanzar la lucidez de los alelíes
o
las fantasía que sobra a los locos
en
su oficio de fabular la realidad de los rojos devastados.
Nada
es más gratificante que compartir los decálogos
de
la semana y caminar descalzo
dentro
de los invernaderos:
ahí
cada quien sabe probar las estrofas de su jardín interior,
la
casa de los sueños,
los
brazos de las lianas sin las fronteras del olvido.
En
dos cuerpos unidos la noche no existe
y
el día es un arco iris sin fatiga:
en
dos cuerpos unidos por la densidad del enigma,
las
raíces
inventan
lámparas sonrientes;
mientras
el tiempo atesora e inventa
íntimos
talleres
donde
se reconstruye diariamente la sonrisa…
Barataria, 08.XI.2008.
Del libro “CUERPO DE POSTRIMERÍAS”,
2008 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga
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