domingo, 21 de enero de 2018

DENSIDAD

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DENSIDAD




Sean los labios/ húmedos de la tarde/
Reivindicación/ de la memoria.
Francisco Basallote




En nuestros cuerpos el tiempo ha grabado
reposadas semillas de roble.
Vientos ha habido, despojos, gozos;
necesitamos limpiar los vidrios del invierno,
salir de la oscuridad
para luego entrar a la simultaneidad de los sueños…

Hemos puesto cuerpo sobre cuerpo quitando los disfraces;
sólo así es posible levitar benignamente
sobre la pantalla de los poros,
sin la ambigüedad de los ojos frente a los colores de un jardín
a punto de convertirse silenciosa lectura.

Laten los tambores
del pecho con su propia vegetación de palabras:
secretas palabras
en el bosque de los sentidos como puertos recién inaugurados.
—Somos viejos de pintar trenes en  óleos azules:
campanas de agua disuelven la piel;
mientras el vegetal de las manos,
remansa los labios en los planisferios de los ecos…

Cuando se vive el tiempo se gana en recuerdos.
—La memoria es así
siempre que nos pensamos:
unánime en su granito, —cierzo de cortinas
en la luz de la certidumbre de las lámparas desnudas del azogue,
paraguas de legible respiración.
Es cierto que el tiempo se vuelve
un posible de espadas y que las sombras invaden la respiración.
—¡Tanta vida me das que no es posible la muerte! No,
                                                                      [porque los muertos,
tienen su propio fragor, solo saben crepitar desde su propio nicho.
(Ellos sólo conocen el delirio delirante del basalto.)

De qué otra manera puedo ver horizontes,
sino en las palabras de cada mañana,
en el rocío donde las palabras laten como ángeles,
o en los ojos de las piedras partidas por un rayo.

Cuando la memoria de dos se vuelve cielo estrellado,
no se necesitan luces de bengala,
sólo silencios y amaneceres del tamaño de los barcos
para asistir al rito de la eternidad
—esa que obediente es fiel
a la gracia suprema  del aire y al milagro de la lluvia.

El recuerdo tiene en su alforja ese alimento de las alianzas.
(Esos trocitos de alucinación en las bocas liberadas.)
De otro modo no podrían abrirse las puertas de la epifanía,
ni ser siempre tiempo presente
—mirarnos de verdad dentro del arca de los vitrales,
atravesamos sin fatiga los tragaluces
y vencemos todo desvarío
hasta alcanzar la lucidez de los alelíes
o las fantasía que sobra a los locos
en su oficio de fabular la realidad de los rojos devastados.
Nada es más gratificante que compartir los decálogos
de la semana y caminar descalzo
dentro de los invernaderos:
ahí cada quien sabe probar las estrofas de su jardín interior,
la casa de los sueños,
los brazos de las lianas sin las fronteras del olvido.
En dos cuerpos unidos la noche  no existe
y el día es un arco iris sin fatiga:
en dos cuerpos unidos por la densidad del enigma,
las raíces
inventan lámparas sonrientes;
mientras  el tiempo atesora e inventa
íntimos talleres
donde se reconstruye diariamente la sonrisa…

Barataria, 08.XI.2008.
Del libro “CUERPO DE POSTRIMERÍAS”, 2008 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga

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