martes, 30 de enero de 2018

MATERIA

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MATERIA





En la filosofía del tiempo, a menudo, las flores
se inventan. Al igual, el alba del cuerpo.

La lengua del asfalto se pierde en los tugurios del día.

Entre las rendijas, el tropel de las ansiedades.
El sueño apretado en los tragaluces de la hojarasca.

Después de tantos años ha cambiado el mimetismo;
y aunque parezca ilusión,
ahí está la lluvia sobre vitrales;
los sueños tienen esa apariencia
—al menos— de un nuevo
escenario donde se dejan ver balcones y no sótanos.
(En realidad, los trapos viejos nos dicen mucho,
como el descenso fatídico del sollozo.)

La voz tendida sobre largas horas de espadas,
las venas con su selva de raíces oscuras,
—murmullos
en el recuerdo de alacenas y roperos,
de caballos
sin galope trotando en el silencio,
mundo de opacos arlequines.
Baldosas por jardines, noches sin semanas.
(Fósiles desplomados por el fuego;
en la arruga temblorosa de la tristeza.)

Álbumes sin ojos en el espejo del incienso,
sal en la ráfaga del fuego
—insólitas semillas de un aquí sin brazos.

La lluvia apenas lava los cansancios,
y el jardín botánico de las transpiraciones.
(Debajo del aliento la acritud de la pesadumbre.)
El hervor de los poros gotea su propia herrumbre,
subsuelos de zapatos,
piedras donde el mundo vive.

Amanece  en el picotazo de noches heredadas,
aguas quemadas por las escamas de los peces,
relojes con alevosos itinerarios,
pastores aparecidos tras la ráfaga:
—de vez en cuando, amuletos,
atribuladas cobijas bautismales del abecedario.

Nadie creyó que con la lágrima haría espejos.
Oscuros informes de salmuera,
cercos de lápices con garabatos obsesivos,
ecos subsidiarios de la saliva.

Así ha pasado más de cien años el escombro de la historia:
los tímidos ajetreos de las puertas,
el rostro de los grillos con ruido nauseabundo,
con esa sequedad
moribunda dentro del paisaje dolorido de la garganta.

¿Existe aquí la infancia sin artificios de saliva?
¿Las paredes sin el corroído repello de los adobes?
¿Los hombros para cargar
la espesura de Dios con tombillas
pintadas de sortijas?

La luz ha sido residuo de lluvia,
durante soberanías cuestionables…

Por eso siempre necesité una linterna de pájaros,
cuadernos sin graffiti,
albercas donde no responda la neblina.

—Claro que este es otro idioma con menos bostezos
que los periódicos, residuos lógicos del ahogo.

Casi salimos del pedregoso azote de las escopetas:
la lejanía a menudo nos muestra su cráter huraño,
pero luego, la tenemos despierta en las pupilas.

Ese horno del sigilo,
extraña sustancia derretida en la sangre,
—cielo del disfraz,
desvestido luego, por las ganzúas del instinto.

Emergemos embalsamados de los alelíes de la noche.
Y a veces entre esas extrañas camisas del zarpazo.
En las habitaciones de la lucidez,
las almohadas recuperan
la transparencia o sólo ese juego de los símbolos,
o sólo las palabras con ascensores de ceniza
o sólo de nuevo el sueño sin llegar a la transparencia,
o sólo esa doctrina armada de ansiedades.

Barataria, 30.V.2009 
Del libro “HORA DE TRENES”, 2009 (Inédito) 179 pp
© André Cruchaga
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