Melvyn Aguilar
NOCHE
Al poeta Melyn Aguilar.
La noche tiene ojos sin
pupilas
y largas manos…
y largas manos…
Philippe Soupault
Entre
los dientes de la noche los pájaros duermen
largos
recuerdos de los gritos del viento.
Largos
sueños encima de las ramas de los árboles,
brazos
de un reloj que agota su savia,
espacio
donde la muerte parece ya una estrella.
Los
suspiros impalpables lamen la noche de principio a fin.
El
calor de hoy,
ardorosamente
cruel,
se
enfada de la ropa.
La
vida está expuesta a los puñales del moho de los relojes,
al
granito de la vida entumecida,
a
la tos de la mesa y a la mueca de una hoguera calcinada.
Las
manos de la noche hacen sudar los ojos.
(Y
vos permanecés allí con tu sed de peregrino.)
Toda
realidad siempre empieza como un inocente nido,
luego
es un manantial donde todo el firmamento se refleja
como
las palabras agitadas de la sal
sobre
las olas que llegan a la orilla del aliento.
Cada
noche la plaza se queda sin noticias.
Igual
que el silencio suspendido en el sueño.
El
crédito, las vendedoras, las gargantas secas,
se
van con el pueblo en sus bolsillos,
se
van con las pupilas puestas en sus delantales,
con
las palabras en los canastos,
con
la mísera ganancia que no alcanza para comprar
un
poema o algo de mayor valor a la melancolía.
Hoy
he olvidado por completo el calendario,
he
olvidado las homilías,
los
sermones que pasan de noche orinando las sienes,
las
risas que los teléfonos transpiran con obscenos jadeos,
los
años míos que ya no sirven para un tango,
ni
recitar poemas con públicos de dos, tres, cuatro displicentes
oyentes
cuyo oficio es aplaudir para devolverle al día
su
propia sonoridad.
(La
sonoridad que hace falta a la vida. Y que acecha
los
pensamientos con su albedrío de cóncavo vegetal.))
En
el cráter de las emociones, hecho por el viento,
el
espejismo afeita los espejos a golpe de ceniza.
Cuando
me empeño en los sueños,
el
miedo avanza como la sangre azul del horizonte manchando
los
barquitos de papel de mi crepitar funerario.
Entrando
al desvestidero de todos los grises,
los
cirios del azogue
inundan
de golpe hasta las estaciones ambulantes de los autobuses.
A
mis tantos años de poner los pies
sobre
las cartas de la bruma,
es
difícil que el arco iris cante sobre los vitrales como un pájaro.
Es
difícil que los ojos vean ríos de otros mundos.
Lo
que veo apenas son signos irreales de un pedazo de tiempo,
en
lo opaco del Universo.
Los
relojes son perros carniceros junto a la noche.
Junto
a la nada. Junto al hueco del pecho.
Ahora
me toca humedecer el pensamiento con sordomudos;
suspirar
en el poema todos los fantasmas de la calle,
refugiarme, —si
es posible—,
en
el inocente ataúd de la alegría,
o
sobrevivir,
a
este espacio de pespuntes y planos superpuestos.
La
noche se harta todos los lugares visibles a la vista.
Este
paisaje con insecticidas,
hunde
lentamente el jardín de las luciérnagas,
y
el cielo jadeante de las tormentas…
Barataria, 17.V.2008.
Del libro “INTIMIDAD DEL
DESARRAIGO”, (Inédito) 130 pp
© André Cruchaga
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