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DESHORA DEL PRESENTE
El hombre es el único que
sólo es tal como él se concibe,
sino tal como él se
quiere, y como se concibe después…
Jean Paul Sartré
El
presente es un enunciado que deja caerse ante los ojos del ciego;
no
perpetuo como dijera Octavio Paz.
No
lo es cuando existimos
de
prestado, mientras preguntamos a las sombras
qué
zapatos calzan las palabras.
Dicen
que los poetas ahora están en la tierra gracias a Nicanor Parra.
Yo
digo que siempre lo han estado
con
otras vestimentas y bufandas.
César
Vallejo fue antes y, sin embargo,
el
hombre moría en cada poema:
el
poema es un relámpago verde incendiando el pensamiento.
Lo
fugaz es el nombre actual de la vida;
lo
perenne es para museos.
O
para las murallas desangradas de las pulsaciones.
La
palabra se hace cada día en un instante de crisis y agonía.
Nunca
en el sosiego de las paredes nace el deseo,
ni
se abre la rueda
del
calendario.
El
planeta se divide entre normales y suicidas,
entre
plazas y abismos,
—deshora
efímera del presente, parpadeo
mutable
de ese Cristo que habla por la boca de cada buen samaritano.
Desde
hoy habrá de escribir poemas en el lomo del centelleo;
así
no tendrán cabida los arqueólogos
de
la poesía que se pasan la vida
descifrando
consonantes
en
las mamposterías de las solapas de los libros.
Lo
sueños no pueden nacer,
siempre
se quedan en el inconsciente
repartiendo
el humo inverosímil de los pájaros en el fondo del pan.
Aunque “una
tirada de dados nunca abolirá”
—como
dijo Mallarmé—,
“la
apariencia del fuego”, este infinito cierto de lo intangible…
Allí
la claridad tiene hilos retorcidos.
Allí
el presente es copia del pasado.
“Cuando
nada se desea —acotaba José Hierro— todo se posee”.
El
tiempo no tiene ángeles,
sino
granito, por más que se invoquen
y
se desvelen los símbolos de hoy.
Allí
es vivir imperativamente
y
atravesar la tierra nombrando todo lo que fenece,
madera
y pasos,
sin
poseer nada más que la absoluta modulación de la muerte:
frontera
de este vivir huyendo,
hierba
en cuya palabra el artificio
es
parte inminente de una memoria inexacta.
Mi
estupor frente al presente,
siempre
me viene como una castración a la inocencia.
Su
póstuma mano es capaz
de
cegar las pupilas y dar un puntapié
a
la esperanza y al desdoblamiento del susurro que repite los ecos
de
la autodestrucción, la misma que se hace ceniza en la mesa,
la
misma que lanza un réquiem
e
inunda de rezos fatuos al hombre.
En
nuestra propia envoltura,
eyaculamos
besos hedonistas y sádicos;
la
memoria no nos sirve para otra cosa,
sino
para ensalzar la polilla de la historia,
retrato
de una otredad minoritaria.
La
desconfianza es nuestro transitado camino del presente.
Yahvé
cambió la identidad del tiempo vital
tras
la veda del conocimiento.
Un
tiempo y otro: la negación de vivir una sola vez,
la
falacia
de
una identidad única,
acaso
cósmica utopía de una “esperanza
sin
recuerdos”,
sin
los ojos abiertos de los brazos y las raíces…
Barataria, 21.06.2008.
Del libro “INTIMIDAD DEL
DESARRAIGO”, 2008 (Inédito) 130 pp
© André Cruchaga
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