miércoles, 17 de enero de 2018

VUELO PERMANENTE

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VUELO PERMANENTE




No hay nadie en la calle, en los ruidos húmedos, en el
vuelo de las hojas y mis pasos quieren reiniciar
las maderas de la adolescencia.
Francisco Urondo




Hay a diario una ráfaga de ojos y pestañas volando sobre las sienes.
En las formas del cansancio, sin embargo, 
volar es cambiar
de mirada el universo, el abismo,
y esa eternidad que no existe,
de alguna forma extraviada en el traspié de ficticios tragaluces.
Si uno no vuela significa contar la palabra sin nombrarla,
es dislocar la casa, abandonar el lápiz de la luz,
el cuaderno cuadriculado del alfabeto,
el armario donde la piel guarda los poemas o parte de ese mundo
—forma múltiple de jeroglíficos,
lenguaje abisal sobre papel.

En las calles,
los ruidos húmedos del invierno,
lamen la conciencia.

Pese a ello, leemos en el aire ciertas horas infinitas.
Los objetos
como pájaros,
levitan sin resistirse en la memoria.

Abren su apretada materia hasta ser la respiración del viento,
la madera que nos vuelve al origen:
tierra y luz con sus brazos de buenos interlocutores.
Si bien cada día nos fundimos en monólogos
y las estrellas juegan a ser párpados,
hasta aumentar la monotonía de las luciérnagas,
hay necesidad de aprender a vivir cada uno,
descifrando las propias
claves que la garganta atesora en las esquirlas de los epígrafes,
en los trenes de la noche,
en las esquinas pululantes de las sombras.

En las calles hay de todo. (Historias de oscuros pozos y golpes.)
—Hay olvidos para caminar sobre la rosa fugitiva.

Las imágenes circulan como charcos.
Los espejos son más elocuentes
cuando copian tantas horas convertidas
en arrugas y las pupilas sirven de brújula sobre el lomo de relojes.

En el vuelo hay una superficie de lámparas:
—puerta donde el lenguaje inaugura los sonidos,
la ilusión de uno mismo,
el ser o no ser, desde las sienes encendidas para fundar la luz
sobre el dintel de la esperanza,
forma sin duda,
del follaje sobre la almohada,
del mirar sin obedecer, huella para el mañana,
forma en el pecho de la trementina  hasta florecer de cuna a cama.

El deterioro de los zapatos no es tumba,
sino ejercicio de muchos encuentros,
de espacios caminados todavía existentes como ecos.

Cada día los pasos reinician un titánico juego de pelota
en esta tierra mísera
donde los analistas elaboran oscuras estadísticas
y bailan diabólicamente sobre los sesos.

Son patéticos sus argumentos 
y sus dientes de fatídica neblina y rostro de abismo.
Aquí todavía Dios brama en los ijares y hace llover dinosaurios:
Heráclito se gozaría con celular en este siglo veintiuno.
Hablamos
del cambio y ese cambio es ciego por dentro,
feroz astilla de la risa.
En cuanto al vuelo,
el galope sigue centelleante, sin parar.

De sol a sol, entre la farsa,
vuelo con absoluta lucidez sobre el aire,
porque a fin de cuentas,
qué es uno si sólo se queda a contemplar
la sabiduría de los epitafios
y los informes líquidos de las lágrimas?...

La respuesta hay que buscarla en las piedras o en el atajo
callado de los huesos
o en el sepia interminable de los papiros,
o en la entraña dislocada del hombre.
O en esa sombra febril que duerme junto a uno.

(El vuelo siempre tiene la grandeza de la lejanía inexpresable;
es día y noche como dos brazos que nunca claudican.)

Barataria, 07.VI.2008.
Del libro “INTIMIDAD DEL DESARRAIGO”, 2008 (Inédito) 130 pp
© André Cruchaga

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