domingo, 28 de enero de 2018

ALEGORÍA DE LA LLUVIA



Imagen: Pinterest





ALEGORÍA DE LA LLUVIA





Me colocaba espejos sobre el rostro,
y me besaba sin cesar, con furia,…
Jenaro Talens




¿Cuántos espejos caen detrás de la lluvia?
La voz se quiebra
en las palabras de siempre,
las paredes del agua como vigías
de la esperanza:
crece la tristeza en las ventanas.

Crece la lluvia en esta fuga constante de mi yo.

La lluvia provocando resbaladizos relojes;
lo efímero se vuelve eterno hueco del eco:
la conciencia sin tregua
dejando sus gritos, su agónica palabra de párpados.

¿Quién me llama sollozando entre llanto y olvido?

Lo único real es esta silueta sobre mis papeles
Convertidos en hojarasca, 
tirando a ser boca entre las falsas orillas del calor.

Este día acepto monedas por mi sonrisa.

Los puertos
equívocos donde nadie me espera,
la pizarra donde están escritos
nombres irreales.
Nombres que alguna vez existieron
y dejaron ventanas irrenunciables en las estrellas de mi universo.

Me sobreviven la lluvia y los alhelíes,
inevitables en mis manos.
“Llueve todo el tiempo” y ese gris espeso
de la atmósfera cierra las ventanas.
Gotas  como fuego caen sobre el sendero.

A veces se oye un grito colgado del infinito,
un juguete en las pupilas,
un espejo donde navegan barquitos de papel.

¿Cuántos cuartos oscuros habita la lluvia?
Cuántos cuerpos encienden los fósforos
para compartir la trementina
entre cuatro paredes hasta vaciar sus bolsillos?
 ¿Cuántas siluetas ciegas dejadas en los espejos,
inminente y misteriosa hoguera del sudor?

En el fuego bruto,  la piel se torna astilla de luz:
es el mismo juego de la lluvia
que lava las aceras y perfuma de saliva las paredes del reloj.

Es casi púbica la danza de cada gota.
Es pájaro el árbol que guarda gotas cristalinas.
Es piel implacable el horizonte cuando roza el aliento.
En musgo se convierte este llover sobre los poros.

¿En qué ojos o piel la lluvia es remanso de almohadas?
Hay música y danza en la ráfaga de cada gota,
en el hilillo
que se torna calle o río,
en el miedo que se posa en las ventanas.

Una a una he vivido tantas lluvias,
al punto de haberme visible.
Jamás hubo tregua en su boca, ni descanso,
jamás fue sólo fósforo y vilano. Jamás cedazo.
A menudo se tornó espina
y me condujo al grito o a los tantos colmillos de lo inmóvil.

Otras veces fue frío y humedad:
una ciudad de sediciosas sombras,
un árbol de páramos donde resultan imposibles
trocitos de alegría
y pájaros de transparente sed.

¿Cuántos espejos caen ahora en mi alma?
¿Cuánta sal desprende la sed para preservarse?
Los ojos en la intemperie son la mejor respuesta.
Mientras, alguien camina descalzo
sobre las aguas con sábanas amargas,
sin puerto, y sin puertas,
sólo el hondo tiempo que nunca acaba en el tacto.

Barataria, 24.IX.2008
Del libro “CUERPO DE POSTRIMERÍAS”, 2008 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga

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