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ALEGORÍA DE LA
LLUVIA
Me colocaba
espejos sobre el rostro,
y me besaba sin cesar, con furia,…
y me besaba sin cesar, con furia,…
Jenaro
Talens
¿Cuántos
espejos caen detrás de la lluvia?
La
voz se quiebra
en
las palabras de siempre,
las
paredes del agua como vigías
de
la esperanza:
crece
la tristeza en las ventanas.
Crece
la lluvia en esta fuga constante de mi yo.
La
lluvia provocando resbaladizos relojes;
lo
efímero se vuelve eterno hueco del eco:
la
conciencia sin tregua
dejando
sus gritos, su agónica palabra de párpados.
¿Quién
me llama sollozando entre llanto y olvido?
Lo
único real es esta silueta sobre mis papeles
Convertidos
en hojarasca,
tirando
a ser boca entre las falsas orillas del calor.
Este
día acepto monedas por mi sonrisa.
Los
puertos
equívocos
donde nadie me espera,
la
pizarra donde están escritos
nombres
irreales.
Nombres
que alguna vez existieron
y
dejaron ventanas irrenunciables en las estrellas de mi universo.
Me
sobreviven la lluvia y los alhelíes,
inevitables
en mis manos.
“Llueve
todo el tiempo” y ese gris espeso
de
la atmósfera cierra las ventanas.
Gotas
como fuego caen sobre el sendero.
A
veces se oye un grito colgado del infinito,
un
juguete en las pupilas,
un
espejo donde navegan barquitos de papel.
¿Cuántos
cuartos oscuros habita la lluvia?
Cuántos
cuerpos encienden los fósforos
para
compartir la trementina
entre
cuatro paredes hasta vaciar sus bolsillos?
¿Cuántas
siluetas ciegas dejadas en los espejos,
inminente
y misteriosa hoguera del sudor?
En
el fuego bruto, la piel se torna astilla de luz:
es
el mismo juego de la lluvia
que
lava las aceras y perfuma de saliva las paredes del reloj.
Es
casi púbica la danza de cada gota.
Es
pájaro el árbol que guarda gotas cristalinas.
Es
piel implacable el horizonte cuando roza el aliento.
En
musgo se convierte este llover sobre los poros.
¿En
qué ojos o piel la lluvia es remanso de almohadas?
Hay
música y danza en la ráfaga de cada gota,
en
el hilillo
que
se torna calle o río,
en
el miedo que se posa en las ventanas.
Una
a una he vivido tantas lluvias,
al
punto de haberme visible.
Jamás
hubo tregua en su boca, ni descanso,
jamás
fue sólo fósforo y vilano. Jamás cedazo.
A
menudo se tornó espina
y
me condujo al grito o a los tantos colmillos de lo inmóvil.
Otras
veces fue frío y humedad:
una
ciudad de sediciosas sombras,
un
árbol de páramos donde resultan imposibles
trocitos
de alegría
y
pájaros de transparente sed.
¿Cuántos
espejos caen ahora en mi alma?
¿Cuánta
sal desprende la sed para preservarse?
Los
ojos en la intemperie son la mejor respuesta.
Mientras,
alguien camina descalzo
sobre
las aguas con sábanas amargas,
sin
puerto, y sin puertas,
sólo
el hondo tiempo que nunca acaba en el tacto.
Barataria,
24.IX.2008
Del
libro “CUERPO DE POSTRIMERÍAS”, 2008 (Inédito) 120 pp
©
André Cruchaga
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