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COTTONWOOD WEST
Las mañanas se van en
somnolencia.
El sol tardíamente nos alumbra…
El sol tardíamente nos alumbra…
Silvia Plath
Gélida
la claridad anudada alma.
Gélidos
los pilares del jardín.
Gélidas
las vocales
yuxtapuestas
en la danza difusa de los poros.
Tengo
la memoria llena de aguas derretidas,
esparcidas
por
todos los hilos de la sangre.
Las
mañanas giran en las alas
revueltas
de las hojas quemadas por la tristeza,
la
emoción es mayúscula sobre esta sábana de aguas congeladas.
Debo
caminar devorado por mis recuerdos:
libros,
estatuas
prolongaciones
grises,
ciudades
entumecidas hasta los dientes;
la
almohada me sirve de ventana,
embozado,
para
atesorar lo que hay afuera:
transeúntes
envueltos en los cuatro
costados,
árboles renuentes a las hojas,
endurecido
aire para los pájaros que tiritan
en
su opacidad verbal.
Cambia
su filo de colores el arcoíris;
el
alfabeto gris muerde
mis
facciones de consumado zigzag.
Lo
cierto es que en los parques se ahogan los zapatos,
—se
ahoga
esta
ansia de consumar el centelleo en el cuerpo
que
me muerde los presentimientos.
Menos
mal que soy asiduo lector de estos manteles
y
nunca dejan de volar;
pese
a todo, las horas en los cuervos
y
hasta otros pájaros de esquinas gélidas.
Y
hasta otras aguas
de
piel glacial por el abotonado cierzo de las escaleras.
Me
cuesta no verme al espejo sin pensar en el pecado:
el
fuego adentro de mis vísceras es un brutal crujido,
—crepita
la
sábana manchada de mundo,
gesticula
la caverna en su brasa pulsante;
sangra
el minuto de tentación de las semillas,
el
sueño me arrima
a
los alambres de los carámbanos,
al
pálpito del pétalo sobre la nieve.
Los
ojos abren el tafetán blanco del horizonte;
amanece
el labio
encarnado
a la blancura;
la
nieve es una cobija inefable en cuyas
manos
se levanta Wildflower restaurant and lounge,
(aquí,
al pie de la montaña,
beso
el corpiño en un plato de hielo).
Desde
luego salimos a caminar
con
la piel olvidada del trópico,
envueltos
por la racha que cae sobre las palabras.
Hay
un río a borbollones
sobre
la carretera de Little Cottonwood,
casas
espectrales en las laderas,
platos
de armónico brillo,
bocas
detenidas en las góndolas,
esquíes
de intrépido abismo,
nostalgias
y pupilas de pronto convocadas por la sangre.
Sucede
que ahora,
se
me quiebran las palabras sin paracaídas;
Sucede
que ahora, las mariposas son granizos pegajosos,
me
sucede que ahora,
debo
reinventar mis sueños…
Wildflower restaurant and lounge, UTAH, 25.XI.2010
Del libro “CUADERNO DE SALT LAKE CITY”, 2010 (Inédito)
170 pp
© André Cruchaga
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