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ASOMBRO
Pienso
en los diversas matices del asombro. (En
la memoria
del pétalo y su forma de olvido, en
las calles de tránsito y huida.)
La
hora sutil donde escarba el oído.
El
cuerpo del deseo mientras exista esta corteza
grave
del temblor.
—Mientras
el juego de la brisa sin camisa
galope
sobre el ombligo del tranvía.
Debo
ignorar tanta boca náufraga en la sombra.
Lenta
brasas resuellan en la saliva amarga de la cebolla
indefinida
de la angustia. (Nada más cierto que
la sangre.)
Debo
suponer que el musgo es sal oscura,
súbito
crepúsculo de los sordos. (Esto y
aquello en el recuerdo.)
Próximo
incendio de los mataderos.
De
pronto la luz se vuelve baldosa en el alma.
La
putrefacción diseminada es grande, aquí en el pálpito del vaso
y
en los manteles abstractos del papiro.
Veo
creciente el grito en la memoria de las sombras,
el
aparejo lento del camino,
el
tamaño de una moneda ciega en las aceras.
Aquí
está el ojo bifocal de la sinuosidad,
las
pupilas gastadas en el periódico,
el
péndulo creciente de la roca en mis brazos.
Algo
ha pasado en el ojo de la aguja sin darme cuenta:
—la
opacidad de un mundo colgado de los cabellos,
el
calendario apenas indescifrable entre los grises.
Me
da tristeza ver la tristeza amarga en la lágrima
que
fluye sin desvelarse, sin ser, sino el río oculto
de
la incertidumbre.
En
el hangar del pecho indagan todas las preguntas:
el
rastrojo como un fluido estático,
los
relojes mordiendo, a veces, su propia soledad.
Dan
pena las cucharas del denuesto,
el
abrelatas del grito de la desarmonía,
la
boca que ahoga la verdad,
la
sangre insaciable por los meteoros, la altura retorcida y febril.
Sé
que hay almas que se gozan en el muladar,
en
la coz del andrajo,
y
hasta en el excremento que hala la brisa
y
llega a ser sombrilla de sarna punzante.
Sé
de los charcos que pululan en la lengua,
y
entretejen escamas siniestras.
Sé
de la cama putrefacta que dejan los galopes,
del
sudor helado del enojo,
de
la vaca muerta sobre el césped del anfiteatro.
No
obstante me afano en subir las escaleras de la ternura.
Me
aparto del quejido y de la música sollozante.
Del
sapo del azúcar simulado,
de
la trompeta incesante del polvo.
—Sé
que me está doliendo la cucaracha en el alma,
el
olor habitual de los cipreses,
el
asombro de la conciencia en bolitas de cristal,
los
rincones reptantes de los ratones,
las
náuseas de oscuridad.
Creo
que el aire arrasará con la obsesión de ese resuello
de
sombras. Al final, la brasa sólo será escoria.
No
así, ese viaje remoto del viento y su plural pájaro.
La
piel humana y su urgencia de balcones,
el
vitral de una habitación donde entre con júbilo la lluvia.
Barataria,
2010
Del libro “TRAGALUZ”, 2010
(Inédito) 160 pp
© André Cruchaga
Fotografía (Pinterest)
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