Imagen: Pablo Picasso
ELEGÍA
Alguien pasa
contando con sus dedos
Cómo hablar del
no-yo sin dar un grito?
César Vallejo
Algún
día dejaré de ver jardines letárgicos
y
campanas fatales en el aire.
Para
las noches palpitan mis lágrimas con sabor
a
desesperación y perezosas calles.
El
grito muerde el zig-zag de la respiración.
Cada
quien ve la destrucción en sus recuerdos:
la
suya y la ajena
con
toda la soledad de los pulmones.
Las
palabras a cierta edad son un destino:
el
zarpazo habita en las vértebras del hambre.
Desde
luego, hay males peores
a
este nudo inútil de soledad.
(En el trozo de ojeras,
las estaciones fenecidas;
los sexos infestados de
rituales apocalípticos.)
Las
palabras son espejismos en el vaso de la bruma.
(Un puñado de jardines
muertos baja de mis ojos.)
Todo
puede ser, menos la ceniza escrita
en
la videncia de un gesto, acaso,
respiración
de la espuma.
O
prolongación de la esperma en los somníferos.
Dentro
de cada imposible
los
párpados se agrietan:
—la
pupila húmeda entrampa las puertas,
encierra
el
ojo en el mutismo del cuerpo,
delata
el aleteo.
No
tiene sentido subir las escaleras
de
la vida sin peldaños.
En
las calles hierven las piedras
y
derriten los ojos.
Un
día se distingue de otro
sólo
por la pesadez de los bolsillos.
(Hay hostias fúnebres en
los amaneceres de la intemperie.)
Las
noches igual que los días
desafían
las fotografías.
Las
semanas resultan extrañas en el cuerpo,
por
eso las dejo persiguiendo
mis
torpezas en el tejado.
Siento
la fiebre de los huesos aullar en el aliento.
La
noche entra con desconfianza
a
la mesa de mi casa.
Cuando
los párpados
se
caen no hay quien los recoja
del
suelo,
por
más que el polvo los vuelva efímeros.
El
sudor es un suplicio
encarnizado
en los genitales;
la
esperanza un arbusto
que
se cae de las manos;
por
más que el sueño la polinice,
no
deja de ser infausta
su
embriaguez las ingles.
Vivir
siempre es ir masticando
con
los dientes rotos
todo
el silencio de los espejos.
La
vida está lejos de ser una mañana sin límites:
—alguien
la ordena
de
acuerdo a sus propios demonios,
la
oscuridad es la existencia
más
palpable de la luz,
de
lo contrario nadie existiría,
ahora,
junto a los pájaros.
El
aire lame como un depredador
absoluto
el aliento.
(En el insomnio del
perro, las mordidas hundidas
en las lápidas en disputa
por la tristeza.)
Los
estados del sueño
apagan
las estrellas del firmamento:
se
engaña a la vida
cuando
sólo hay muerte,
trepa
la oscuridad
con
sus demonios hasta la conciencia.
Caminamos
heridos de los labios
por
tanta soledad,
—y
preguntamos:
qué
día es mejor que otro,
qué
días no nos trae inmundicias,
qué
plato deja de ser sólo recuerdo,
o
plegaria
como
pulsera amenazante.
O
tortura en forma de delirio.
—Alguien
siempre duerme al filo del olvido
con
el vértigo del abuso repartido,
preso
en el albedrío de la tortura.
(Entre el escombro de
formas múltiples,
sombra y soledad juntas:
las cruces del dolor
derramadas por el tiempo.)
Alguien
ensaya en las euforias del trasmundo
su
propia historia,
esa
que hiberna en la sangre,
para
luego borrar página tras página de la historia…
Barataria, 20.VII.2009
Del libro “HORA DE TRENES”, 2009 (Inédito)
179 pp
© André Cruchaga
Imagen: Pablo Picasso
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