Imagen cogida de la red
EAST CANYON CREEK
A
nadie debe preocuparle mi respiración de piel raída:
por
Walt Whitman
camino
este cielo con serpientes,
viejo
de voluptuosas palabras,
riente
olfato de los arroyos.
(“No dejes que termine el día sin
haber crecido un poco,
sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,
que es casi un deber.”)
sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,
que es casi un deber.”)
No
habrá eternidad sin nombrar todas estas cosas:
el
consuelo de nombrar
las
aguas del olvido,
el
blanco juego de la saliva, las fuentes filosas del frío,
la
nieve con una sensación de quietud y soledad,
las
aguas razonables de los días oscuros que vivimos;
me
detengo en el camino
a
masticar las nubes que pasan al galope:
(“¿Qué soy, después de todo, más que
un
niño complacido con el sonido
de mi propio nombre? Lo repito una y otra vez,
Me aparto para oírlo -y jamás me canso de
escucharlo.”)
niño complacido con el sonido
de mi propio nombre? Lo repito una y otra vez,
Me aparto para oírlo -y jamás me canso de
escucharlo.”)
Soy
sólo sombra en East canyon creek.
Somos
sed de instantes y fusiones
en
esta locura que nos rehace la cordura:
—el
cielo en las manos
y
esta terquedad a la simple madera del viento.
Sobre
la cena restañada, respirable,
te
pienso atravesando los poros
de
mi pobreza,
la
sal en mis ojos y la ternura que me hace falta
para
atravesar la alambrada de las escaleras;
(para volver a mis ojos,
tienes que restañar aquella cena
de redondos fuegos:
el paraíso del ombligo en mi lengua,
el azogue de las persianas,
la voz con las puertas abiertas de la
avidez.
Estos lugares están bien para
incinerar
mis huesos de inocente redención
para luego esparcirlos
por todo el atajo interminable del
granito.
Aquí la neblina es leche amanecida:
la acumulo como un terrón de humilde
cónclave,
—a la conciencia sube la
fosforescencia
de los sueños: lo hóspito en
bocanadas,
la rotación de los rescoldos,
la yema del seno que mi ojo advierte.
En los días postreros,
habremos de recoger todo el azúcar de
los papiros;
habremos de andar el caballo de los
párpados,
Sin la brida o el aparejo que lo aten
a las páginas inciertas del olfato.)
—Un
día, —nosotros, de nuevo —: habremos,
sin
el aire parapléjico de la espera,
con
el amanecer gozoso de la epifanía,
sin
los desperdicios de los parques,
ganado
la luna blanca de las aguas derramadas
en
el pecho: el tren de peces en el ojal de la esperanza.
—Un
día: el pizarrón
de
la eternidad sin envejecer la piel del alba,
será
la redención de vuestro tiempo.
East canyon creek, UTAH, 26.XI.2010
Del libro “CUADERNO DE SALT LAKE
CITY”, 2010 (Inédito) 170 pp
© André Cruchaga
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