Imagen de la red
AFONÍA DE LA NOCHE
El hombre usa sus
antiguos desastres como espejo.
Roque Dalton
Antiguas
noches se refractan en espejos de nublados ríos.
Antiguos
días socavan la transparencia del azúcar,
Noches
enteras en el emporio de las calles,
atisbando
relámpagos;
en
el fondo, es la misma sal corroyendo las pupilas
sobre
viejos muelles donde graznan las pupilas inciertas
de
las gaviotas y albatros.
La
noche perdió sus vocales pausadas, sus élitros;
nos
queda la escarcha de los calendarios
en
la comisura de los labios.
Nos
queda, en las sienes, el promontorio
de
publicidad con sus depresivas vallas de consumo;
nos
queda el chantaje y el soborno como esos tumores sin posible cirugía
para
sanar la vida pública y el alma del Estado que,
en
su agonía,
se
ha tornado un laberinto de gatos y una celda de heladas
identidades,
donde el amor apenas si se ve,
apenas
si se atisba
a
través de puertas secretas y rumores de madera quebradiza.
Desfila
por doquier un cementerio de periódicos al servicio
del
insomnio. Y calladas soledades de yute.
Las
ventanas reprimidas de la alegría;
los
peligros de la trivialidad merodean
como
la tempestad agresiva de la ceniza;
el
paisaje con su saña está hecho para el olvido…
En
la noche caduca el paladar con ventiscas de amargor;
nuestro
diario vivir incesante en estas latitudes,
no
deja de ser un fragmento de viajes sinuosos,
una
constante avalancha de caras
cercenadas
sobre la lengua del ansia…
Nada
nos da una contrafigura que abata la niebla;
en
el fondo es la misma hendidura esparcida,
la
misma amenaza,
la
borrosa boca del invierno respirando cosas al vacío.
Con
el esqueleto extenuado de la aurora,
Se
hacen explosiones en la hojarasca;
nos
muerde a carcajadas la cartulina del horizonte,
las
bragas desgastadas del desatino,
las
verduras podridas de los mercados,
la
porfiada bruma de un crepúsculo sin rostro,
la
camisa de fuerza, agria,
de
las cloacas donde sepultan
el
pájaro de una posible primavera,
de
un posible cambio de rieles.
Pero
nada hace suponer que tengamos nuevos trenes en las manos,
ni
ventanas de sedientos aires,
ni
frazadas de armónicos patios,
sino
llovizna de arrugadas mejillas,
docenas
de tropezones ,
sorbiendo
el dolor torrencial de los minutos.
La
humanidad entera lleva cicatrices sudadas e indelebles,
años
de sudar el vaho de los semáforos con su stop desordenado.
La
noche gotea su joroba lacerante,
desgreñado
paraguas,
y
las ojeras de su propio espejo.
Su
entera y decrépita luz menguante.
Nada
hace suponer cambios en los horcones que sobreviven
a
este tiempo de bullicioso paisaje,
alrededor
del cual se han
acumulado
desvaríos y erráticos pronósticos…
Nada
parece tan cierto como la noche cuando se invoca el sueño.
Nada
es más cierto, supongo, que la realidad desbocada
para construir un nuevo alfabeto…
Barataria, 25.IV.2008.
Del libro “INTIMIDAD DEL
DESARRAIGO”, 2008 (Inédito) 130 pp
© André Cruchaga
No hay comentarios:
Publicar un comentario