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VENABLOS DEL DESVARÍO
el animal totémico a los
pies de la hoguera
con sus uñas de luz y sus alas de almizcle.
con sus uñas de luz y sus alas de almizcle.
Julio Cortázar
A
veces este cansancio se deja ver en las cerraduras,
en
los pasillos
desnudos
de la noche,
a
la hora en que el despojo me pasa su factura,
—amargos
demonios del desvelo en los labios.
Nada
es cierto, después de todo, cuando hastío y desgano
juntan
sus manos,
cuando
la noche está cerca y crecen coágulos
de
gritos en la orfandad,
desde
el rincón de la caverna que apuñala.
Voy
de rodillas y sin ungüento en la piel,
para
hacer menos dolorosa la espera:
ahí
las imposturas del desasosiego
en
la garganta,
las
grietas como un calendario abominable,
empapadas
de páramos y caries,
túneles
de extraños cementerios y cipreses.
Ando
a cuestas la mirada en el extravío del tiempo,
cementerios
abriéndose a la lengua,
tanteando
lo subterráneo
de
cada trozo de mi memoria;
contra
cualquier pronóstico,
habré
empapado la mirada diseminada en el tiempo,
habré
clavado mi desesperación
en
el odre homicida de mi nostalgia,
habré
masticado los puñales de mi tumba,
habré
roto el vaso
que
contiene el sudor de mis poros hasta cristalizarse
por
entero en el círculo de la ausencia.
Sobre
la mesa ya hay sólo extraños absurdos:
perdí
el asombro ante cada suplicio,
pena
y mantel juntaron moho,
tardes
lamiendo taburetes vacíos,
objetos
de mortecino engrudo,
cábalas
en desuso que el horizonte perdió en las sábanas,
bestias
humeando cascos,
hocicos
bramando en el abismo de mi propio grito
irremediable.
De mis cadáveres dormidos.
—De
rodillas esta laboriosa tortura de mis brazos,
el
grito de siempre,
líquidas
funerarias, lápidas enmudecidas,
el
semen a deshora,
sin
la gesta épica del arrebato del azúcar,
sin
trepar al musgo y levitar en el horizonte.
Tendido
en la destrucción de la alacena,
gira
el reloj amarillo de la hojarasca,
flota
el agua en el eclipse del rostro,
oscurece
el tren del suspiro sin estaciones fijas,
el
párpado ahoga el último pájaro
en
la camisa arrastrada del aire;
desnudez
plena,
la
tierra desplomada de la noche en los labios.
Ante
la tormenta cimbrada en mi silencio,
la
tormenta calcinada del hedor,
esta
mueca de tren amargo en el entrecejo,
gusano
del fragor,
sobre
la sombra oscura que avanza en el sudario.
A
veces estas rodillas se quejan de ser sólo noche.
O
de ser premura en los párpados.
Entre
espejos,
el
perro lame las sombras de la saliva,
braman
los goznes de las palabras,
gime
el buitre de la oscuridad en los platos,
avanza
el péndulo del pantano hacia su propio epicentro.
Cuando
ya el tiempo es astilla en la bisagra del vinagre,
viene
el embudo a ser eructo del presente,
o
brújula sin imanes.
Cuando
el grito es perennidad en los labios,
no
quedan infinitos, ni caricias,
sino
venablos y mapas de desmesurada respiración.
Barataria, 2013
Del libro “CUERVO IMPOSIBLE”, 2013(inédito). 138 pp
© André Cruchaga
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