lunes, 5 de marzo de 2018

VENABLOS DEL DESVARÍO

Imagen cogida de la red






VENABLOS DEL DESVARÍO




el animal totémico a los pies de la hoguera
con sus uñas de luz y sus alas de almizcle.
Julio Cortázar




A veces este cansancio se deja ver en las cerraduras,
en los pasillos
desnudos de la noche,
a la hora en que el despojo me pasa su factura,
—amargos demonios del desvelo en los labios.

Nada es cierto, después de todo, cuando hastío y desgano
juntan sus manos,
cuando la noche está cerca y crecen coágulos
de gritos en la orfandad,
desde el rincón de la caverna que apuñala.
Voy de rodillas y sin ungüento en la piel,
para hacer menos dolorosa la espera:
ahí las imposturas del desasosiego
en la garganta,
las grietas como un calendario abominable,
empapadas de páramos y caries,
túneles de extraños cementerios y cipreses.

Ando a cuestas la mirada en el extravío del tiempo,
cementerios abriéndose a la lengua,
tanteando lo subterráneo
de cada trozo de mi memoria;
contra cualquier pronóstico,
habré empapado la mirada diseminada en el tiempo,
habré clavado mi desesperación
en el odre homicida de mi nostalgia,
habré masticado los puñales de mi tumba,
habré roto el vaso
que contiene el sudor de mis poros hasta cristalizarse
por entero en el círculo de la ausencia.

Sobre la mesa ya hay sólo extraños absurdos:
perdí el asombro ante cada suplicio,
pena y mantel juntaron moho,
tardes lamiendo taburetes vacíos,
objetos de mortecino engrudo,
cábalas en desuso que el horizonte perdió en las sábanas,
bestias humeando cascos,
hocicos bramando en el abismo de mi propio grito
irremediable. De mis cadáveres dormidos.

—De rodillas esta laboriosa tortura de mis brazos,
el grito de siempre,
líquidas funerarias, lápidas enmudecidas,
el semen a deshora,
sin la gesta épica del arrebato del azúcar,
sin trepar al musgo y levitar en el horizonte.

Tendido en la destrucción de la alacena,
gira el reloj amarillo de la hojarasca,
flota el agua en el eclipse del rostro,
oscurece el tren del suspiro sin estaciones fijas,
el párpado ahoga el último pájaro
en la camisa arrastrada del aire;
desnudez plena,
la tierra desplomada de la noche en los labios.
Ante la tormenta cimbrada en mi silencio,
la tormenta calcinada del hedor,
esta mueca de tren amargo en el entrecejo,
gusano del fragor,
sobre la sombra oscura que avanza en el sudario.

A veces estas rodillas se quejan de ser sólo noche.
O de ser premura en los párpados.

Entre espejos,
el perro lame las sombras de la saliva,
braman los goznes de las palabras,
gime el buitre de la oscuridad en los platos,
avanza el péndulo del pantano hacia su propio epicentro.

Cuando ya el tiempo es astilla en la bisagra del vinagre,
viene el embudo a ser eructo del presente,
o brújula sin imanes.

Cuando el grito es perennidad en los labios,
no quedan infinitos, ni caricias,
sino  venablos y mapas de desmesurada respiración.

Barataria, 2013
Del libro “CUERVO IMPOSIBLE”, 2013(inédito). 138 pp
© André Cruchaga

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