sábado, 3 de marzo de 2018

MIENTRAS ARRECIA EL FUEGO

Imagen cogida de la red






MIENTRAS ARRECIA EL FUEGO





Todo esto es tan antiguo como la misma muerte,
tan confuso y tan raro como la misma vida.
Francisca Aguirre




De algún lugar desconocido viene el fuego.

Desde la ventana el ala y el escombro,
los años que acaban en azogue,
el aire que nos mueve con paraguas de ansia,
—todo arrecia cada día,
la vida es avara,
nos va consumiendo en su temblor de ascua,
siempre el ahogo empieza por los ojos
y concluye en la boca,
—la brasa nos advierte, —vigía del destino—,
la hora de los barcos en la pesadumbre, 
la hora del azor
carcomido en la solapa de los párpados.

Mientras llego a lo que debe ser:
la oquedad inalterable.
Debo caminar sin destruirme a través de senderos sinuosos,
pasadizos fatuos,
borrar de mi memoria los tiempos de aguacero.

Borrar, digo, manos y amores con la misma avidez
fundacional de su germinación;
la vida, al final,
es un espejo en desbandada que sólo se ve y tiene
sentido a cierta edad,
cuando la amenaza o la caída es inminente,
cuando el cuerpo solo va quedando como roca fría
en el sendero de la cueva:
en el pozo donde descansa la corteza del cuerpo.

—No sé si todo lo que pasa queda,
cuando el tiempo es únicamente un destello de destrucción
permanente, una desgracia desprovista de inocnecia;
nuestra carne es éter y va a la tumba indeleble,
nuestros pasos y mirada están marcados por ese ardor
que escapa de las manos,
por la luz que quiebra los párpados,
por la flecha que horada los anhelos,
sin disimulo.

Entre un sobresalto y otro, el tronco del árbol se ahueca,
vivimos porque morimos y en este enredo,
se nos gastan los dientes,
el aliento se hace cada vez, inaprehensible;
el fuego nos consume y es cierto;
pero también lo hace la espiga,
el engaño del espantapájaros en el eco,
el amor que nos muerde y pervive en la herida,
el odio que asciende a respiración,
las dudas que respiran la saliva o las certezas,
que son, en cierto modo,
aguas movedizas sobre las aguas de los edictos.

Mientras el dolor exista, habrá piedras y oscuridad sin límites;
mientras la vida sea morir en nuestras pupilas,
sólo el grito es claridad,
síntoma de la sangre horadada.

Donde la oscuridad es habitual conciencia,
qué vida nos asiste,
qué mesa nos proclama,
qué manteles aúllan sin armadura;
dónde el cielo llena bodegas de herrumbre,
qué infinito resplandece
al punto de tornarnos visibles,
sin cadenas, ni escorpiones.

Mientras todo esto arrecia, el azul con viñetas de ceniza.
Me preparo para comulgar con mi espejo,
y así partir ileso,
—quizás indiferente, con mi única claridad,
un pájaro en la lluvia,
otro grito sin quejarse en las aguas profundas de la flecha.

Barataria, 2013
Del libro “CUERVO IMPOSIBLE”, 2013(inédito). 138 pp
© André Cruchaga

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