lunes, 12 de marzo de 2018

DESIERTO EN LOS OJOS

Imagen cogida de la red





DESIERTO EN LOS OJOS




La sublime interpretación delirante de la realidad
No renunciaré jamás al lujo primordial de tus caídas vertiginosas
                oh locura de diamante…
César Moro




Yo me adentro en la noche como entrar en el alba:
no hay diferencias entre las sombras del día y las de la noche,
entre quedarse o huir,
entre cruzar una calle o caminar
lentamente sobre las aceras,
entre el ojo confuso cubierto
de polvo y el rocío latiendo en la profundidad de la yedra.
Después de largas jornadas de sarcófagos,
descubro la clave
de los párpados en este páramo quemado de las aguas
que atraganta como un trépano la garganta.
Y es que siempre despierto bajo la sombra de paraguas
o sombreros oscuros,
dentro de cacerolas con residuos de aceite;
en el tacto guardo fragmentos de relojes,
labios que una vez toqué desde el techo del alma,
sin más luz que la flama de los poros.

Desde luego he caminado entre vendavales,
hice girar los molinos de viento de los párpados,
bebí toda la sed hasta saciar el apetito de los tejados,
aquellos pezones abundantes de hemisferios.
Y entonces no eran páramos, ni pretérito el futuro.

(Luego me vino el óxido del olvido y los lamentos,
el País a cuestas sin liberarse del hampa,
la demagogia
como un huevo del tamaño del planeta,
ay Maquiavelo entre delantales
y estratagemas, entre paredes manchadas y bolsillos rotos.
Habitamos moribundos una isla de deseos;
piedra y tortilla,
piedras revelando nuestra propia historia.
Pronto la memoria será granito en medio de las aguas,
en el fondo y en manojos,
los corazones degollados,
la oscuridad confusa
a la estatura del hombre, después de todo,
piedra y noche. 
Subsuelos arqueados por esta ceniza  rota del alma.)

Husmeo en los cuadernos que un día guardó la ternura:
aquéllos que escribí al galope y sin armadura,
sin más vasos comunicantes que la vida serena.

El tiempo es la clave
de tantas disonancias,
las escaleras erradas hacia la garganta,
enmudecer ante los violines del enfado
a sabiendas de que las piedras hacen ecos
en el corazón del hombre;
no sé si hay compensaciones
para permanecer en una declaración de principios
o es sólo el aliento trocado en desierto.
No lo sé. 

El destino es mucho más difícil de entender
que los efectos de cualquier alucinógeno
a  las puertas terminales del abandono.
Ahora ya no hay nada que debamos defender,
vivimos enlutados combatiendo el horizonte,
pensado que la eternidad
pueda salvarnos.

Y no, no es posible, cuando perdimos dolor
y amor y heridas en esta batalla repartida de instintos.

 ¿Dónde recogeremos el futuro,
los convulsos suspiros del prisma,
el patrio discreto de las palabras íntimas?
—De breña y páramos están hechos nuestros pasos,
de puertas cerradas para que ya no entren
más moribundos
a la piel de la arena.
A nuestras propias osamentas oxidadas.

Barataria, 2011
Del libro “CLARIDAD ANSUELTA”, 2011(inédito). 125 pp
© André Cruchaga

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