Imagen cogida de la red
DESIERTO EN LOS
OJOS
La sublime
interpretación delirante de la realidad
No renunciaré jamás al lujo primordial de tus caídas vertiginosas
oh locura de diamante…
No renunciaré jamás al lujo primordial de tus caídas vertiginosas
oh locura de diamante…
César Moro
Yo
me adentro en la noche como entrar en el alba:
no
hay diferencias entre las sombras del día y las de la noche,
entre
quedarse o huir,
entre
cruzar una calle o caminar
lentamente
sobre las aceras,
entre
el ojo confuso cubierto
de
polvo y el rocío latiendo en la profundidad de la yedra.
Después
de largas jornadas de sarcófagos,
descubro
la clave
de
los párpados en este páramo quemado de las aguas
que
atraganta como un trépano la garganta.
Y
es que siempre despierto bajo la sombra de paraguas
o
sombreros oscuros,
dentro
de cacerolas con residuos de aceite;
en
el tacto guardo fragmentos de relojes,
labios
que una vez toqué desde el techo del alma,
sin
más luz que la flama de los poros.
Desde
luego he caminado entre vendavales,
hice
girar los molinos de viento de los párpados,
bebí
toda la sed hasta saciar el apetito de los tejados,
aquellos
pezones abundantes de hemisferios.
Y
entonces no eran páramos, ni pretérito el futuro.
(Luego me vino el óxido
del olvido y los lamentos,
el País a cuestas sin
liberarse del hampa,
la demagogia
como un huevo del tamaño
del planeta,
ay Maquiavelo entre
delantales
y estratagemas, entre
paredes manchadas y bolsillos rotos.
Habitamos moribundos una
isla de deseos;
piedra y tortilla,
piedras revelando nuestra
propia historia.
Pronto la memoria será
granito en medio de las aguas,
en el fondo y en manojos,
los corazones degollados,
la oscuridad confusa
a la estatura del hombre,
después de todo,
piedra y noche.
Subsuelos arqueados por
esta ceniza rota del alma.)
Husmeo
en los cuadernos que un día guardó la ternura:
aquéllos
que escribí al galope y sin armadura,
sin
más vasos comunicantes que la vida serena.
El
tiempo es la clave
de
tantas disonancias,
las
escaleras erradas hacia la garganta,
enmudecer
ante los violines del enfado
a
sabiendas de que las piedras hacen ecos
en
el corazón del hombre;
no
sé si hay compensaciones
para
permanecer en una declaración de principios
o
es sólo el aliento trocado en desierto.
No
lo sé.
El
destino es mucho más difícil de entender
que
los efectos de cualquier alucinógeno
a
las puertas terminales del abandono.
Ahora
ya no hay nada que debamos defender,
vivimos
enlutados combatiendo el horizonte,
pensado
que la eternidad
pueda
salvarnos.
Y
no, no es posible, cuando perdimos dolor
y
amor y heridas en esta batalla repartida de instintos.
¿Dónde
recogeremos el futuro,
los
convulsos suspiros del prisma,
el
patrio discreto de las palabras íntimas?
—De
breña y páramos están hechos nuestros pasos,
de
puertas cerradas para que ya no entren
más
moribundos
a
la piel de la arena.
A
nuestras propias osamentas oxidadas.
Barataria, 2011
Del libro “CLARIDAD ANSUELTA”,
2011(inédito). 125 pp
© André Cruchaga
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