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CAMA DE MENDIGO
Ciego
de hambres y nostalgias. Ciego.
Ciego
de caminos y baldosas como los límites del sueño.
Ciego
de petate y cobija, sin centellas en el puño.
Ciego
de estrellas y humanidad,
hundido
en el arpegio de la noche,
sin
más ropa que el aire,
sin
más carne que la hojarasca
hundida
en los dientes de las piedras.
Ciegos
el ahora y el mañana.
Siego
en mi ceguera el vacío de las deshoras;
la
sal cruje en los ojos rotos del bulto
que
soy en los muros oscuros del día.
Ciego
de nombres:
los
olvidé todos después de encarnar constantes naufragios,
después
de vivir como un cuervo
picoteando
los pinos y los escalpelos del suplicio.
Ciego
en el fango de mi propio abatimiento.
Ciego
de alas frente al grito:
nunca
debió saltar la claridad en mi memoria,
nunca
debió asomarse el ideal en el espejo.
Ciego
de calendario en la rama que cuelga del infinito,
sólo
la respiración monótona
dentro
de la cavidad de la choza o los neumáticos.
Ciego
de boca para masticar las moscas.
Ciego
de brazos a la hora en que las aguas enhebran los poros:
así,
semejante a un cielo desgarrado:
hilachas
del pulso en la sangre,
magma
de sombras en lo profundo.
Ciego
este caminar como el Lazarillo de la historia,
servidor
de muchos afanes y desengaños.
Tierra
de heridas y cipreses, roída y sesgada,
derruida
en la barbacoa de la historia.
Ciego
giro en el terraplén de las sombras.
Mi
propia sombra.
La
sombra de muchos que al cabo se volvió invisible.
El
sólo Dios definitivo en el declive de la carne.
Barataria, 2012
Del libro “BLUES”, 2012 (inédito). 140 pp
© André Cruchaga
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