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ME MUERDE LA HERRUMBRE
Aún el alba es un pájaro
perdido.
Jorge Luis Borges
Me
muerde la herrumbre como los días cansados de la nostalgia,
me
muerde el papel celofán de las aguas cansadas
sobre
el Dios que me tritura el pájaro confuso
y
estéril en sus alas,
—me
socava la pared desértica del día y la noche
las
esquirlas esparcidas de lo lóbrego,
el
crepúsculo aturdido de la piedra
sobre
la mesa fría
de
este dolor de la flor fugaz que me arrodilla.
Detrás
del abandono, también los caminos del éxodo,
detrás
de los relojes,
la
genealogía del tizne,
el
afán apenas de una rendija a través de la cual
el
otro reino petrificado,
la
lluvia obsoleta,
los
días caducos de los brazos caídos en la mudez de los féretros:
eco
el hambre dispersa
en
la trenza hermética del libro desgarrado.
Es
duro el camino frente a los candiles que muerden la herida,
hay
tantas pezuñas que trizan las gaviotas
en
el cuenco del duelo de los espejos.
Todo
se vuelve silencio en el cielo de las ventanas.
Todo
es cementerio y debo aceptarlo.
Es
como la última gota que amanece clausurada
en
el monólogo de los huesos,
en
la sartén atormentada del regazo,
la
celda como realidad herética,
las
muchas muertes que tienden su mecate
sobre
la montaña desértica.
Se
hiela la boca en los capiteles de la espera:
se
agazapa la torpe respiración
del
calendario y emergen lápidas como juegos de aliento.
En
el cántaro de la risa, no obstante,
reptan
los pájaros.
—Nunca
olvides la sed con los peces de tu nombre,
el
telar de la copa del cielo,
las
oscuras palabras del precipicio que nos persiguen,
el
relámpago que avanza en las horas del hambre.
No
lo olvides.
No
lo olvides aunque tengamos disperso el viento
entre
nuestros dedos,
aunque
la destrucción o el polvo sean nuestro tatuaje,
aunque
el abismo nos visite cada día con sus pústulas frenéticas:
sólo
hay que darle crédito,
no
a la devastación,
sino
a la hierbabuena del tren
que
dialoga irrevocablemente con nosotros:
aun
descalzos podemos sentir
la
música inexorable de la ráfaga familiar
de
nuestras bocas.
La
hoguera con su tabanco de ríos,
podemos
oír las palabras debajo de nuestras sábanas
y
levantar el techo
hasta
el punto cero, urgido del vacío.
En
esta sed de herrumbre, lenta redondez de los relojes.
Los
ecos quebrados del ascua buscando la ternura.
Barataria,
2012
Del
libro “BLUES”, 2012 (inédito). 140 pp
©
André Cruchaga
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