miércoles, 14 de marzo de 2018

ME MUERDE LA HERRUMBRE

Imagen: Pinterest







ME MUERDE LA HERRUMBRE




Aún el alba es un pájaro perdido.
Jorge Luis Borges




Me muerde la herrumbre como los días cansados de la nostalgia,
me muerde el papel celofán de las aguas cansadas
sobre el Dios que me tritura el pájaro confuso
y estéril en sus alas,
—me socava la pared desértica del día y la noche
las esquirlas esparcidas de lo lóbrego,
el crepúsculo aturdido de la piedra
sobre la mesa fría
de este dolor de la flor fugaz que me arrodilla.

Detrás del abandono, también los caminos del éxodo,
detrás de los relojes,
la genealogía del tizne,
el afán apenas de una rendija a través de la cual
el otro reino petrificado,
la lluvia obsoleta,
los días caducos de los brazos caídos en la mudez de los féretros:
eco el hambre dispersa
en la trenza hermética del libro desgarrado.

Es duro el camino frente a los candiles que muerden la herida,
hay tantas pezuñas que trizan las gaviotas
en el cuenco del duelo de los espejos.
Todo se vuelve silencio en el cielo de las ventanas.
Todo es cementerio y debo aceptarlo.

Es como la última gota que amanece clausurada
en el monólogo de los huesos,
en la sartén atormentada del regazo,
la celda como realidad herética,
las muchas muertes que tienden su mecate
sobre la montaña desértica.

Se hiela la boca en los capiteles de la espera:
se agazapa la torpe respiración
del calendario y emergen lápidas como juegos de aliento.

En el cántaro de la risa, no obstante, 
reptan los pájaros.
—Nunca olvides la sed con los peces de tu nombre,
el telar de la copa del cielo,
las oscuras palabras del precipicio que nos persiguen,
el relámpago que avanza en las horas del hambre.
No lo olvides.

No lo olvides aunque tengamos disperso el viento
entre nuestros dedos,
aunque la destrucción o el polvo sean nuestro tatuaje,
aunque el abismo nos visite cada día con sus pústulas frenéticas:
sólo hay que darle crédito,
no a la devastación,
sino a la hierbabuena del tren
que dialoga irrevocablemente con nosotros:
aun descalzos podemos sentir
la música inexorable de la ráfaga familiar
de nuestras bocas.

La hoguera con su tabanco de ríos,
podemos oír las palabras debajo de nuestras sábanas
y levantar el techo
hasta el punto cero, urgido del vacío.

En esta sed de herrumbre, lenta redondez de los relojes.
Los ecos quebrados del ascua buscando la ternura.

Barataria, 2012
Del libro “BLUES”, 2012 (inédito). 140 pp
© André Cruchaga

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