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NINGUNA ETERNIDAD
Aquí
ni siquiera el frío se junta con la nostalgia,
ni
hay asilo para el alma:
todo
lo devora o disfraza la mensajería efímera
de
las luciérnagas, la postal de ceniza,
o
la simple vigilia que asciende
como
una condena;
—diremos
que las estaciones son campanas efímeras,
hilos
de irrevocables ecos y laberintos.
En
realidad, nada sostiene
cada
uno de los juegos de la inocencia.
En
los costados hay piedras de tiempos sangrantes
y
agitados firmamentos.
A
más días, sólo atraviesa el olvido como ave de mal agüero,
como
todo lo que sabe a remordimiento,
la
escarcha en la boca,
o
aquel desierto a dentelladas entre los dientes.
¿Quién
nos juntó para hacernos vulnerables
cada
día frente al espejo?
¿Quién
nos arrojó a esta crueldad maldita del páramo?
Quienquiera
es devorado por la fuerza de la sal.
El
miedo nos obliga a vivir entre la polilla del tabanco.
Cada
uno atraviesa estaciones de trenes y puñales:
(Minutos sin amuletos en
el frío del pecho,
O espejos de estíos
al borde del umbral
derramado en los ojos.)
Debajo
del paraguas, la trampa de los relámpagos.
Las
mismas tijeras habitadas de las sastrerías,
la
tinta en el patíbulo del faro de los girasoles,
los
tatuajes deshabitados de toda ternura,
las
malezas del circo y sus atavíos enardecidos.
(De cierto, no me sirve
la eternidad y su silueta de antro.
No luego de deshacer los
huecos de las estanterías,
No sobre la mesa
deshabitada de los sueños,
no cuando las palabras
crecen en extravíos,
no cuando el morbo desatada
ciudades de fiebre.
Somos en lo transitorio
la repetida historia de las hambres,
aquello que permanece en
duelo,
y en la misma distancia
sonámbula del viento.
Ayer era ciega la sed,
ciega la esperanza en la risa.
La carne se hace
necesariamente postrera;
y ciertas las
certidumbres del desvanecimiento.
Ahí donde el bosque de la
noche se desata,
la hoja cae
testamentariamente en las aceras.)
Barataria, 2012
Del libro “BLUES”, 2012 (inédito).
140 pp
© André Cruchaga
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